Presentación

Amantes de mundos fantásticos, bisoños aventureros en busca de tesoros, criaturas de la noche, princesas estudiantiles y fanáticos de cachas de postín, ¡sed bienvenidos!. Invitados quedáis a rebuscar en nuestra colección de VHS, acomodar vuestras posaderas en una mullida butaca, darle al play, y disfrutar de lo bueno, lo malo y lo peor que dieron estas décadas.

ADVERTENCIA: Aquí no se escribe crítica cinematográfica (ni se pretende). Las reseñas son altamente subjetivas y el único objetivo es aprender y disfrutar del cine y, por supuesto, de vosotros.

La Misión (1986, Roland Joffé) The Mission




CRÍTICA

Introducción

La caridad es sufrida, es benigna, no se pavonea, no se infla; y siendo la fe, la esperanza y la caridad virtudes esenciales, la caridad es la más grande de ellas. Esta película trata de la caridad, pero también de la redención, el perdón, la culpabilidad y el sacrificio. Y mientras los personajes interpretan, a la perfección, lo acontecido en una época distante en el tiempo, la música nos acerca a sentir y empatizar con el valor del sacrificio y el honor. La grandiosidad del escenario natural que lo enmarca muta pronto de paraíso a infierno, y esto ya se deja ver desde el principio cuando la tribu de los Guaraníes (s. XVIII) sacrifica al misionero que intentaba la evangelización de dicho pueblo. Un hombre con el torso desnudo, como Jesús, es atado a una cruz de madera y arrojado al agua de un río de corriente plácida y constante. El madero avanza cada metro aumentado la velocidad hasta llegar a un abismo de agua y rocas donde cae causando la muerte al mártir. La siguiente escena es la presentación del padre Gabriel (Jeremy Irons), encargado de retomar la evangelización donde la dejó el anterior jesuita. Y es ahí donde empiezan a sonar las maravillosas notas de la música, compuesta por Ennio Morricone, que nos acompañara durante toda la película y que puede considerarse una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine.
Esta película ganó la “Palma de oro de Cannes” de 1986, premiando la labor realizada, llevada a cabo por la conjunción de un equipo antiguo (que ya había trabajado conjuntamente en la película “Los gritos del silencio”), formada por el director Roland Joffé, el productor David Putnam y el director de fotografía Chris Menges, y nuevos elementos que engrandecieron a dicho equipo como el maestro Ennio Morricone y el guionista Robert Bolt. Los premios como el Oscar a mejor fotografía, el Globo de Oro al magnífico y documentado guión original y también Globo de Oro a la insuperable banda sonora, se me antojan totalmente insuficientes ante la magnitud de la obra que estamos revisitando.


Producción

Para entender, desde el punto de vista de la producción, la dificultad en el rodaje de esta película, hay que destacar el trabajo que supuso el uso de grupos indígenas, para nada aculturados plenamente, en el desarrollo artístico de la misma. Tanto producción como el director Roland Joffé, tenían en mente realizar el trabajo lo más realista posible, lo que les empujaba a trabajar con indígenas reales. Pero había un problema con los Guaraníes ya que, como muchas otras naciones nativas habían desaparecido culturalmente por la marginalidad y la imposición forzada de la cultura occidental moderna. Los Guaraníes era una población afectada por la marginalidad, el alcohol y la pobreza. Entendieron que tenían que buscar otro pueblo que “interpretara” a los Guaraníes del s.XVIII. El grupo elegido fue los Waunanas. Era una empresa complicada ya que los Waunanas eran un grupo arraigado a sus pueblos rivereños donde desarrollaban un comercio de río esencial para su subsistencia. La región colombiana donde habitaban era Chocó, en el río San Juan. Como decía estaban parcialmente aculturados pero mantenían una estructura política, social y cultural arraigada durante siglos. Para ello se reunieron con 10 notables del pueblo de los Waunana en Cartagena de Indias. Primero tuvieron que convencerlos de que no los estaban engañando para comérselos; esto define bien la dificultad que entrañaría la labor de explicar, contratos, trabajo, salarios y demás. 4 pueblos enteros (287 indígenas) fueron los trasladados, tras el acuerdo, a cientos de kilómetros. El nuevo asentamiento sería en el Río Don Diego, muy cerca del rodaje y con las características esenciales para que la vida de la comunidad se viera lo menos alterada posible. Un río, comercio y casas construidas con el asesoramiento de antropólogos para que el lugar se asimilara a la tierra dejada. Se consultó con antropólogos si la comunidad científica estaría de acuerdo con el traslado. Producción recabó que las opiniones eran del 50% en contra. La mitad de los antropólogos estaba en contra del traslado, influencia y contaminación cultural sobre los Waunana; la otra mitad entendía que dicha aculturación era ya inevitable, en el caso de este pueblo, y que esto supondría una transición dulce ya que recibirían pagos que beneficiarían a la comunidad. En cualquier caso el esfuerzo porque los indígenas fueran bien tratados, el asesoramiento científico y las buenas intenciones estaban directamente influenciadas por los trágicos sucesos acaecidos en el rodaje de otra película llamada “Fitzcarraldo” (1982) donde los derechos de los extras y trabajadores nativos brillaron por su ausencia.
A todo esto se sumó la dificultad del idioma, ya que muchos no hablaban ni siquiera español, mucho menos inglés. Cada escena requería de la traducción perdiendo la frescura a la hora de expresar, por parte del director, cualquier cambio u orden en el mismo momento. Los “acting coach” apoyaron en todo momento el trabajo de Roland Joffé.
Ya instalados en el nuevo asentamiento, los Waunana eligieron un gobernador, un secretario y 16 alguaciles conformando su estructura política tradicional. A partir de ese momento se iniciaría el rodaje.




Ambientación

La documentación de la película es inmejorable y está ambientada a mediados del s. XVIII, ubicada en la frontera hispano portuguesa existente en gran parte de la Sudamérica colonizada, más concretamente en la región habitada por los pueblos Guaraníes; se nos presenta un mundo donde, a pesar de que la esclavitud ya era ilegal para el Reino de España, tanto españoles como portugueses practicaban esta vil caza. La Misión jesuita de San Carlos, ubicación protagonista de la película, fue reconstruida con elementos naturales a imagen y semejanza de su homónima en la historia. Los jesuitas, que evangelizaban a dichos pueblos indígenas, se oponían a la caza que esclavistas llevaban a cabo en las inmediaciones de sus misiones. La búsqueda del ideal de comunidad basada en un cristianismo original, suponía una práctica incómoda para ciertos sectores del poder eclesiático, que veían reminiscencias de una concepción más cercana al concepto de utopía de Tomás Moro, que al dogma católico. Pero todo es muy ambiguo y el poder y posesiones de los jesuitas también eran grandes, existiendo un gran interés económico en las tierras de los Guaraníes. El caso es que, fuese de buena o mala fe, los pueblos indígenas sufrieron la imposición de religión, cultura e idioma en el mejor de los casos y de enfermedad, trabajos forzados, esclavitud y muerte en otros (y muchas otras veces de todo a la vez).



En la película se obvia el interés de los jesuitas en las riquezas de la zona en conflicto y se limita a la confrontación entre esclavistas, monarquía portuguesa y altos cargos del Vaticano frente a la orden jesuita, defensora de las misiones con los guaraníes.
La película, sin embargo, representa en la “escena del debate” la cuestión esencial sobre la composición de la naturaleza del indio. Naturaleza animal o espiritual. Desde la conquista hubo grupos civiles y religiosos que defendían que los indígenas descubiertos en América carecían de alma, por lo que eran animales. Otros como Fray Bartolomé de las Casas fue un firme defensor de lo contrario. Por supuesto, que se consideraran animales favorecía el tráfico de esclavos sin el problema de las causas evangelizadoras y la ilegalidad del Reino de España. La cuestión limítrofe de los territorios donde se encontraba la misión de San Carlos era esencial ya que el Reino de Portugal no había prohibido dichas prácticas.

Suena el “Ave María Guaraní” en la voz de un niño indio y el tiempo se paraliza. Cada vez que la música de Ennio Morricone hace acto de presencia, la película crece hasta el infinito, dotando de extrema belleza, lo que ya era excelente por la magnífica labor en la dirección de fotografía de Chris Menges. El cardenal escucha al niño para después pasar a un debate pulcramente detallado por el guionista Robert Bolt, y donde se discute lo que acabo de exponer.
La posición de los jesuitas causaba disensiones entre los diferentes estados y órdenes de la Iglesia, y de las Monarquías absolutistas de la Europa colonizadora. El futuro de la orden jesuita se tornaba oscuro y la película nos sitúa en esa época donde el Reino de Portugal acaba eliminando la orden de los jesuitas en 1759 (El Papa Clemente XIV generalizaría esta disolución en 1773.)

El Regalismo (es un fenómeno del despotismo ilustrado donde el derecho del estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales provocó multitud de desamortizaciones y supresiones)

Y es por este fenómeno por el que las posesiones de los jesuitas suponían un suculento beneficio para dichos estados. La supresión de la orden venía aparejada por la consiguiente desamortización. Las monarquías europeas fueron suprimiendo la orden jesuita paulatinamente y aprovechándose de los beneficios que les suponía el Regalismo. La película nos muestra este marco político complicado pero necesario para entender el papel en el que se encuentran los personajes principales. La sobresaliente documentación de la película hace que sea una obra esencial para amantes de la Historia de la Edad Moderna.





Desarrollo artístico

El casting es inmejorable. Jeremy Irons como el padre Gabriel, Robert De Niro (Rodrigo Mendoza), Aidan Quinn (Felipe Mendoza), Ray MacAnally (cardenal Altamirano), Liam Neeson (Fielding), Cherie Lunghi (Carlota)… Todos están excepcionales, pero los personajes más destacables son el formado por el triángulo de actores que más carga dramática tienen: Jeremy Irons, Robert De Niro y Ray MacAnally.



El padre Gabriel es el guía de la película, incorrompible, fiel a su filosofía de no agresión. Es el personaje que después de saber que su antecesor en la evangelización fuera martirizado hasta la muerte se lanza hacia los Guaraníes armado solo con música para atraerlos a Dios. Representa la pureza y el ejemplo de lo que la película quiere representar con los jesuitas. La escena mítica de Gabriel tocando su oboe, rodeado de selva indómita, rodeado de Edén, mientras los soldados indígenas le rodean y quedan desarmados ante la belleza de la música, es ya un clásico del cine. El evangelizador es la música, es la forma y no el contenido, es la satisfacción inmediata y hedonista que otorga la búsqueda y encuentro de la belleza; y “La misión” usa la música de Ennio Morricone, no solo para explicar la atracción de los indígenas hacia el que evangeliza, sino también para evangelizarnos, alienarnos a nosotros, los espectadores, para que caigamos rendidos bajo la belleza formal de la película.
La actuación de Jeremy Irons es contenida, nada sobreactuada, y certera. Serena elegancia que nos hace creer en el personaje y que nos es representado con la tranquilidad del que no duda, del que potenta la razón y que nadie puede arrebatársela. Su posición es esencialmente espiritual, a diferencia del personaje de Rodrigo Mendoza (Robert De Niro), lleno de contradicción y rabia.



Rodrigo no era jesuita, era un esclavista, un cazador al que la defensa de su honor le parece el valor más importante para conseguir el prestigio que muchos colonos carecían en España. Sufre la evolución del que hace el mal pero que su alma no le perdona y necesita de la muerte para dejar de sufrir o de la resurrección del alma para seguir viviendo. El arrepentimiento, la culpa y el dolor mueven a Rodrigo. El duelo con su propio hermano por una mujer, hace que se hunda en la oscuridad de la depresión. La muerte de quién una vez quiso, no le deja vivir. Y es en esto por lo que la belleza de este personaje cautiva al espectador. Se redime pero necesita de un rescate, de una penitencia. El padre Gabriel es quien le ayuda y le impone que cargue literalmente con el peso de las armas que tanto daño hicieron en su pasado. La violencia es una carga para Rodrigo y la búsqueda del perdón es la meta. No podía ser de otra manera y el perdón solo llega a ser admitido por Rodrigo cuando es perdonado por quién sufrió su propia violencia en el pasado, el pueblo Guaraní.
Rodrigo acepta la visión de Gabriel sobre el mundo pero no dejará de ser nunca un hombre obsesionado por la redención, el honor y la lucha. La interpretación de Robert De Niro está cargada de dramatismo, fuerza y carisma.



Ray MacAnally actúa desde la frialdad que representa el cardenal Altamirano, y su escena más importante es la confrontación dialéctica con el jefe de la tribu y de cómo la violencia acaba imponiéndose sobre un pueblo que pretende ser expulado de sus propias tierras. La labor como narrador del personaje muestra el drama de los acontecimientos desde el prisma del que ya los vivió y nos lo muestra desde la propia experiencia.



Al final solo quedan dos opciones de afrontar el conflicto. Una es la del padre Gabriel que se niega a luchar y que enarbola la opción de la resistencia pacífica; y la otra es la que elige Rodrigo, luchar para recuperar su honor y el de los indígenas a los que tantas veces cazó en el pasado. ¿Qué quieres, una muerte honrosa? Le pregunta Gabriel a Rodrigo. Para Gabriel el amor a Dios está por encima de la materia, y para Rodrigo no.
Finalmente todo: el debate, la lucha de poder, las presiones, la religión, las imposiciones, la esclavitud, las enfermedades, la muerte… son hechos, sucesos y consecuencias directas de la invasión, explotación y expulsión sobre los indígenas americanos.



Una niña se agacha en el río y ve un candelabro de oro que supondría para ella una riqueza directa e inmediata, que representa el símbolo de la evangelización y la religión católica, pero que supone belleza vacía de alma, una belleza fría y muerta, hija directa de la masacre recibida a su pueblo. A su lado un instrumento de música hecho de madera, sin ningún valor material pero que contiene lo que realmente representa a la divinidad. La pobreza y la humildad del sonido, pues no hay riqueza material en la música y sí espiritual, es el valor que nos emociona; la música, llena de vida y magia, llena de virtud sin pecado, cercana al alma, al sentimiento y al amor. La niña se agacha en el río y coge el violín. Coge el cáliz de madera, pobre y humilde de la música, y no el cáliz dorado y repujado de oro que representa el poder y la ambición de la Iglesia y las monarquías europeas que tanto daño hicieron a su pueblo.



Una película donde las interpretaciones, la fotografía, la música, la dirección, la producción, el guión y la adaptación histórica son más que notables. Película imprescindible e inmortal.


By moanbe



1 comentario:

Han Solo dijo...

Gabriel`s oboe.
¿Hace falta decir mas?