El
siete de Agosto de mil novecientos ochenta y seis, Timothy Dalton era
anunciado como el siguiente actor que interpretaría al agente doble
cero con licencia para matar, tras la retirada del papel del
carismático y ya envejecido para el papel Roger Moore.
Dalton
ya había hecho el casting para el rol del más famoso agente
secreto, tanto como para “007 Al servicio secreto de su Majestad”,
como para “Diamantes para la Eternidad” , aunque en ambas
ocasiones fue desestimado por ser demasiado joven.
En
esta ocasión, las prisas urgían a la productora puesto que se
trataba de la película que iba a suponer la celebración del
veinticinco aniversario de la saga y tantearon tanto a Sam Neill, que
casi se lleva el papel, como Sean Bean, que como recordaréis sería
Alex Trebelien en “Goldeneye”, pero al final al que se llevaría
el gato al agua sería este actor galés, al que habíamos visto por
ejemplo en la adaptación a la pantalla grande de “Flash Gordon”.
En
esta ocasión, se tomaba como referencia, no una de las obras de Ian
Fleming, si no el relato corto “The living daylights” y la trama
que se nos presentaba era como Bond, debía encargarse de la
protección de un desertor de la KGB, el general Koskov, el cual
luego resulta ser un impostor, cuyo fin es el tráfico de armas y
opio junto al general Whitaker.
Para
el que suscribe y para muchos otros, Dalton, era el Bond de las
novelas, un Bond directo, que se mueve por instintos y cuyo único
fin es servir a su Majestad, una pena que este actorazo, sólo
estuviese en dos películas de la saga, porque realmente hubiese
tenido mucho futuro.
Teniendo
en cuenta que veníamos de una época, en la que lo primaba era el
humor con Roger Moore, con Dalton, lo que imperaba era sobre todo la
seriedad y el directos al grano, sin rodeos, es decir, si había que
pegarse o disparar, directamente se hacía.
Desde
el inicio de la película en Gibraltar se ve que la película va a ir
directamente a la acción, con esa secuencia de la pelea con el jeep
lleno explosivos ardiendo, mientras Bond y el saboteador se molen a
palos y con un final muy explosivo, como mandan las películas de
Bond.
Después
la trama nos lleva a la extinta Checoslovaquia y aquí lo que vemos
básicamente es una puesta al día de lo que era la “Guerra Fría”,
con un Koskov ( Jeroen Krabbé) queriendo desertar de la KGB, pero
con truco, ya que como veremos ha engatusado a una chelista de la
ópera, Kara Milovy ( bellísima como no, Maryam D’Abo) , para que
simule un ataque contra él y todo sea más verídico.
Por
cierto que el fusil que usa Bond para interceptar a la supuesta
francotiradora, a pesar de su aparatosidad, no era un prototipo
creado para la película, si no que el modelo existía en aquella
época. La posterior fuga a través del gaseoducto (el cual también
era real y hubo de adaptarse para hacer posible la fuga de Koskov) y
la huida a Inglaterra, son los momentos más intensos de esta primera
parte de la película.
En
Inglaterra, más concretamente en la mansión de M, todo se precipita
y Koskov hace creer que es raptado y entonces James debe ponerse en
marcha para averiguar quien y porqué se han llevado a Koskov,
llevándole todas las pistas al general Pushkin ( John Rhys Davies,
magistral como siempre) y posteriormente al coronel Whitaker ( Joe
Don Baker).
Lo
que ocurre tras Inglaterra, son las escenas que más suelen gustar de
las películas de Bond, es decir persecuciones, tiroteos, acción a
raudales, donde sobre manera debemos quedarnos con esa delirante
escapada por la nieve de Bond y Kara montados en la funda del chelo
en su bajada a la frontera con Austria y la persecución previa por
parte del ejército checo por en medio del lago helado y donde 007
sabe darle un buen uso a todos los gadgets que Q ha incorporado a un
Aston Martin que el pobre llevaba cogiendo polvo desde la trágica
muerte de la esposa de Bond Tracy D’Vicenzo en “007 Al servicio
secreto de su Majestad” ( si no la habéis visto, muy recomendable
e infravalorada por desgracia).
El
relleno de la estancia en Viena es un lastre que se hubiesen ahorrado
en el metraje final, salvo por el asesinato del compañero de Bond,
que desembocará en una Kara desesperada, delate su posición a
Koskov y por lo tanto haga que Bond y ella misma sean retenidos y
enviados a Afganistán, en plena guerra entre los rusos y el pueblo
afgano, donde se descubrirá la tapadera del tráfico de opio de
Koskov y Whitaker.
Tras
una huida al más puro estilo Bond, usando uno de los gadgets de Q,
en este caso el llavero del Aston Martin, con gas aturdidor y
conseguir la ayuda de lso afganos, todo acabará con la muerte de
Whitaker y el apresamiento de Koskov.
Por
desgracia, a pesar de que la trama es correcta, fases como la de
Viena, no ayudan a la película, encarecen la duración del producto
y tampoco ayudan que en esta primera aparición de Dalton, le hayan
puesto un villano tan vacío como Krabbé o como Baker. Mucho mejor
está el despiadado asesino , esbirro de los dos que interpreta el
rubio Andreas Wisnievsky al cual veríamos posteriormente en La
Jungla de Cristal.
De
todos modos puede considerarse un muy buen debut de Dalton en la saga
Bond y el mejor resumen de lo que es en la mayor parte la película
lo dijo el propio Dalton en una entrevista: “Bond es un hombre que
puede morir en cualquier momento, por lo que el peligro y la tensión
deben reflejarse en su modo de vida”, acción, acción y más
acción.
Como
apunte final, indicar que es la última película de la saga en la
que John Barry actúa como compositor y la primera en la que Louis
Maxwell no ejerce como Monney Penny.
Y
por cierto no hay un tema principal, sino dos, el de “A-Ha” :
“The living daylights”, impresionante y el del final de “The
Pretenders”: “If there was a Man”.
Por
Molano
buen blog me gusta el cine de los 70s y 80s gracias
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