007: Alta tensión (1987, John Glen) The Living Daylights



El siete de Agosto de mil novecientos ochenta y seis, Timothy Dalton era anunciado como el siguiente actor que interpretaría al agente doble cero con licencia para matar, tras la retirada del papel del carismático y ya envejecido para el papel Roger Moore.

Dalton ya había hecho el casting para el rol del más famoso agente secreto, tanto como para “007 Al servicio secreto de su Majestad”, como para “Diamantes para la Eternidad” , aunque en ambas ocasiones fue desestimado por ser demasiado joven.

En esta ocasión, las prisas urgían a la productora puesto que se trataba de la película que iba a suponer la celebración del veinticinco aniversario de la saga y tantearon tanto a Sam Neill, que casi se lleva el papel, como Sean Bean, que como recordaréis sería Alex Trebelien en “Goldeneye”, pero al final al que se llevaría el gato al agua sería este actor galés, al que habíamos visto por ejemplo en la adaptación a la pantalla grande de “Flash Gordon”.


En esta ocasión, se tomaba como referencia, no una de las obras de Ian Fleming, si no el relato corto “The living daylights” y la trama que se nos presentaba era como Bond, debía encargarse de la protección de un desertor de la KGB, el general Koskov, el cual luego resulta ser un impostor, cuyo fin es el tráfico de armas y opio junto al general Whitaker.

Para el que suscribe y para muchos otros, Dalton, era el Bond de las novelas, un Bond directo, que se mueve por instintos y cuyo único fin es servir a su Majestad, una pena que este actorazo, sólo estuviese en dos películas de la saga, porque realmente hubiese tenido mucho futuro.

Teniendo en cuenta que veníamos de una época, en la que lo primaba era el humor con Roger Moore, con Dalton, lo que imperaba era sobre todo la seriedad y el directos al grano, sin rodeos, es decir, si había que pegarse o disparar, directamente se hacía.


Desde el inicio de la película en Gibraltar se ve que la película va a ir directamente a la acción, con esa secuencia de la pelea con el jeep lleno explosivos ardiendo, mientras Bond y el saboteador se molen a palos y con un final muy explosivo, como mandan las películas de Bond.

Después la trama nos lleva a la extinta Checoslovaquia y aquí lo que vemos básicamente es una puesta al día de lo que era la “Guerra Fría”, con un Koskov ( Jeroen Krabbé) queriendo desertar de la KGB, pero con truco, ya que como veremos ha engatusado a una chelista de la ópera, Kara Milovy ( bellísima como no, Maryam D’Abo) , para que simule un ataque contra él y todo sea más verídico.

Por cierto que el fusil que usa Bond para interceptar a la supuesta francotiradora, a pesar de su aparatosidad, no era un prototipo creado para la película, si no que el modelo existía en aquella época. La posterior fuga a través del gaseoducto (el cual también era real y hubo de adaptarse para hacer posible la fuga de Koskov) y la huida a Inglaterra, son los momentos más intensos de esta primera parte de la película.

En Inglaterra, más concretamente en la mansión de M, todo se precipita y Koskov hace creer que es raptado y entonces James debe ponerse en marcha para averiguar quien y porqué se han llevado a Koskov, llevándole todas las pistas al general Pushkin ( John Rhys Davies, magistral como siempre) y posteriormente al coronel Whitaker ( Joe Don Baker).

Lo que ocurre tras Inglaterra, son las escenas que más suelen gustar de las películas de Bond, es decir persecuciones, tiroteos, acción a raudales, donde sobre manera debemos quedarnos con esa delirante escapada por la nieve de Bond y Kara montados en la funda del chelo en su bajada a la frontera con Austria y la persecución previa por parte del ejército checo por en medio del lago helado y donde 007 sabe darle un buen uso a todos los gadgets que Q ha incorporado a un Aston Martin que el pobre llevaba cogiendo polvo desde la trágica muerte de la esposa de Bond Tracy D’Vicenzo en “007 Al servicio secreto de su Majestad” ( si no la habéis visto, muy recomendable e infravalorada por desgracia).


El relleno de la estancia en Viena es un lastre que se hubiesen ahorrado en el metraje final, salvo por el asesinato del compañero de Bond, que desembocará en una Kara desesperada, delate su posición a Koskov y por lo tanto haga que Bond y ella misma sean retenidos y enviados a Afganistán, en plena guerra entre los rusos y el pueblo afgano, donde se descubrirá la tapadera del tráfico de opio de Koskov y Whitaker.

Tras una huida al más puro estilo Bond, usando uno de los gadgets de Q, en este caso el llavero del Aston Martin, con gas aturdidor y conseguir la ayuda de lso afganos, todo acabará con la muerte de Whitaker y el apresamiento de Koskov.

Por desgracia, a pesar de que la trama es correcta, fases como la de Viena, no ayudan a la película, encarecen la duración del producto y tampoco ayudan que en esta primera aparición de Dalton, le hayan puesto un villano tan vacío como Krabbé o como Baker. Mucho mejor está el despiadado asesino , esbirro de los dos que interpreta el rubio Andreas Wisnievsky al cual veríamos posteriormente en La Jungla de Cristal.

De todos modos puede considerarse un muy buen debut de Dalton en la saga Bond y el mejor resumen de lo que es en la mayor parte la película lo dijo el propio Dalton en una entrevista: “Bond es un hombre que puede morir en cualquier momento, por lo que el peligro y la tensión deben reflejarse en su modo de vida”, acción, acción y más acción.

Como apunte final, indicar que es la última película de la saga en la que John Barry actúa como compositor y la primera en la que Louis Maxwell no ejerce como Monney Penny.

Y por cierto no hay un tema principal, sino dos, el de “A-Ha” : “The living daylights”, impresionante y el del final de “The Pretenders”: “If there was a Man”.

Por Molano


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