CRÍTICA
Introducción
La
caridad es sufrida, es benigna, no se pavonea, no se infla; y siendo
la fe, la esperanza y la caridad virtudes esenciales, la caridad es
la más grande de ellas. Esta película trata de la caridad, pero
también de la redención, el perdón, la culpabilidad y el
sacrificio. Y mientras los personajes interpretan, a la perfección,
lo acontecido en una época distante en el tiempo, la música nos
acerca a sentir y empatizar con el valor del sacrificio y el honor.
La grandiosidad del escenario natural que lo enmarca muta pronto de
paraíso a infierno, y esto ya se deja ver desde el principio cuando
la tribu de los Guaraníes (s. XVIII) sacrifica al misionero que
intentaba la evangelización de dicho pueblo. Un hombre con el torso
desnudo, como Jesús, es atado a una cruz de madera y arrojado al
agua de un río de corriente plácida y constante. El madero avanza
cada metro aumentado la velocidad hasta llegar a un abismo de agua y
rocas donde cae causando la muerte al mártir. La siguiente escena es
la presentación del padre Gabriel (Jeremy Irons), encargado de
retomar la evangelización donde la dejó el anterior jesuita. Y es
ahí donde empiezan a sonar las maravillosas notas de la música,
compuesta por Ennio Morricone, que nos acompañara durante toda la
película y que puede considerarse una de las mejores bandas sonoras
de la historia del cine.
Esta
película ganó la “Palma de oro de Cannes” de 1986, premiando la
labor realizada, llevada a cabo por la conjunción de un equipo
antiguo (que ya había trabajado conjuntamente en la película “Los
gritos del silencio”), formada por el director Roland Joffé, el
productor David Putnam y el director de fotografía Chris Menges, y
nuevos elementos que engrandecieron a dicho equipo como el maestro
Ennio Morricone y el guionista Robert Bolt. Los premios como el Oscar
a mejor fotografía, el Globo de Oro al magnífico y documentado
guión original y también Globo de Oro a la insuperable banda
sonora, se me antojan totalmente insuficientes ante la magnitud de la
obra que estamos revisitando.
Producción
Para
entender, desde el punto de vista de la producción, la dificultad en
el rodaje de esta película, hay que destacar el trabajo que supuso
el uso de grupos indígenas, para nada aculturados plenamente, en el
desarrollo artístico de la misma. Tanto producción como el director
Roland Joffé, tenían en mente realizar el trabajo lo más realista
posible, lo que les empujaba a trabajar con indígenas reales. Pero
había un problema con los Guaraníes ya que, como muchas otras
naciones nativas habían desaparecido culturalmente por la
marginalidad y la imposición forzada de la cultura occidental
moderna. Los Guaraníes era una población afectada por la
marginalidad, el alcohol y la pobreza. Entendieron que tenían que
buscar otro pueblo que “interpretara” a los Guaraníes del
s.XVIII. El grupo elegido fue los Waunanas. Era una empresa
complicada ya que los Waunanas eran un grupo arraigado a sus pueblos
rivereños donde desarrollaban un comercio de río esencial para su
subsistencia. La región colombiana donde habitaban era Chocó, en el
río San Juan. Como decía estaban parcialmente aculturados pero
mantenían una estructura política, social y cultural arraigada
durante siglos. Para ello se reunieron con 10 notables del pueblo de
los Waunana en Cartagena de Indias. Primero tuvieron que convencerlos
de que no los estaban engañando para comérselos; esto define bien
la dificultad que entrañaría la labor de explicar, contratos,
trabajo, salarios y demás. 4 pueblos enteros (287 indígenas) fueron
los trasladados, tras el acuerdo, a cientos de kilómetros. El nuevo
asentamiento sería en el Río Don Diego, muy cerca del rodaje y con
las características esenciales para que la vida de la comunidad se
viera lo menos alterada posible. Un río, comercio y casas
construidas con el asesoramiento de antropólogos para que el lugar
se asimilara a la tierra dejada. Se consultó con antropólogos si la
comunidad científica estaría de acuerdo con el traslado. Producción
recabó que las opiniones eran del 50% en contra. La mitad de los
antropólogos estaba en contra del traslado, influencia y
contaminación cultural sobre los Waunana; la otra mitad entendía
que dicha aculturación era ya inevitable, en el caso de este pueblo,
y que esto supondría una transición dulce ya que recibirían pagos
que beneficiarían a la comunidad. En cualquier caso el esfuerzo
porque los indígenas fueran bien tratados, el asesoramiento
científico y las buenas intenciones estaban directamente
influenciadas por los trágicos sucesos acaecidos en el rodaje de
otra película llamada “Fitzcarraldo” (1982) donde los derechos
de los extras y trabajadores nativos brillaron por su ausencia.
A
todo esto se sumó la dificultad del idioma, ya que muchos no
hablaban ni siquiera español, mucho menos inglés. Cada escena
requería de la traducción perdiendo la frescura a la hora de
expresar, por parte del director, cualquier cambio u orden en el
mismo momento. Los “acting coach” apoyaron en todo momento el
trabajo de Roland Joffé.
Ya
instalados en el nuevo asentamiento, los Waunana eligieron un
gobernador, un secretario y 16 alguaciles conformando su estructura
política tradicional. A partir de ese momento se iniciaría el
rodaje.
Ambientación
La
documentación de la película es inmejorable y está ambientada a
mediados del s. XVIII, ubicada en la frontera hispano portuguesa
existente en gran parte de la Sudamérica colonizada, más
concretamente en la región habitada por los pueblos Guaraníes; se
nos presenta un mundo donde, a pesar de que la esclavitud ya era
ilegal para el Reino de España, tanto españoles como portugueses
practicaban esta vil caza. La Misión jesuita de San Carlos,
ubicación protagonista de la película, fue reconstruida con
elementos naturales a imagen y semejanza de su homónima en la
historia. Los jesuitas, que evangelizaban a dichos pueblos
indígenas, se oponían a la caza que esclavistas llevaban a cabo en
las inmediaciones de sus misiones. La búsqueda del ideal de
comunidad basada en un cristianismo original, suponía una práctica
incómoda para ciertos sectores del poder eclesiático, que veían
reminiscencias de una concepción más cercana al concepto de utopía
de Tomás Moro, que al dogma católico. Pero todo es muy ambiguo y el
poder y posesiones de los jesuitas también eran grandes, existiendo
un gran interés económico en las tierras de los Guaraníes. El
caso es que, fuese de buena o mala fe, los pueblos indígenas
sufrieron la imposición de religión, cultura e idioma en el mejor
de los casos y de enfermedad, trabajos forzados, esclavitud y muerte
en otros (y muchas otras veces de todo a la vez).
En
la película se obvia el interés de los jesuitas en las riquezas de
la zona en conflicto y se limita a la confrontación entre
esclavistas, monarquía portuguesa y altos cargos del Vaticano frente
a la orden jesuita, defensora de las misiones con los guaraníes.
La
película, sin embargo, representa en la “escena del debate” la
cuestión esencial sobre la composición de la naturaleza del indio.
Naturaleza animal o espiritual. Desde la conquista hubo grupos
civiles y religiosos que defendían que los indígenas descubiertos
en América carecían de alma, por lo que eran animales. Otros como
Fray Bartolomé de las Casas fue un firme defensor de lo contrario.
Por supuesto, que se consideraran animales favorecía el tráfico de
esclavos sin el problema de las causas evangelizadoras y la
ilegalidad del Reino de España. La cuestión limítrofe de los
territorios donde se encontraba la misión de San Carlos era esencial
ya que el Reino de Portugal no había prohibido dichas prácticas.
Suena
el “Ave María Guaraní” en la voz de un niño indio y el tiempo
se paraliza. Cada vez que la música de Ennio Morricone hace acto de
presencia, la película crece hasta el infinito, dotando de extrema
belleza, lo que ya era excelente por la magnífica labor en la
dirección de fotografía de Chris Menges. El cardenal escucha al
niño para después pasar a un debate pulcramente detallado por el
guionista Robert Bolt, y donde se discute lo que acabo de exponer.
La
posición de los jesuitas causaba disensiones entre los diferentes
estados y órdenes de la Iglesia, y de las Monarquías absolutistas
de la Europa colonizadora. El futuro de la orden jesuita se tornaba
oscuro y la película nos sitúa en esa época donde el Reino de
Portugal acaba eliminando la orden de los jesuitas en 1759 (El Papa
Clemente XIV generalizaría esta disolución en 1773.)
El
Regalismo (es un fenómeno del despotismo ilustrado donde el derecho
del estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de
sus iglesias nacionales provocó multitud de desamortizaciones y
supresiones)
Y
es por este fenómeno por el que las posesiones de los jesuitas
suponían un suculento beneficio para dichos estados. La supresión
de la orden venía aparejada por la consiguiente desamortización.
Las monarquías europeas fueron suprimiendo la orden jesuita
paulatinamente y aprovechándose de los beneficios que les suponía
el Regalismo. La película nos muestra este marco político
complicado pero necesario para entender el papel en el que se
encuentran los personajes principales. La sobresaliente documentación
de la película hace que sea una obra esencial para amantes de la
Historia de la Edad Moderna.
Desarrollo
artístico
El
casting es inmejorable. Jeremy Irons como el padre Gabriel, Robert De
Niro (Rodrigo Mendoza), Aidan Quinn (Felipe Mendoza), Ray MacAnally
(cardenal Altamirano), Liam Neeson (Fielding), Cherie Lunghi
(Carlota)… Todos están excepcionales, pero los personajes más
destacables son el formado por el triángulo de actores que más
carga dramática tienen: Jeremy Irons, Robert De Niro y Ray
MacAnally.
El
padre Gabriel es el guía de la película, incorrompible, fiel a su
filosofía de no agresión. Es el personaje que después de saber que
su antecesor en la evangelización fuera martirizado hasta la muerte
se lanza hacia los Guaraníes armado solo con música para atraerlos
a Dios. Representa la pureza y el ejemplo de lo que la película
quiere representar con los jesuitas. La escena mítica de Gabriel
tocando su oboe, rodeado de selva indómita, rodeado de Edén,
mientras los soldados indígenas le rodean y quedan desarmados ante
la belleza de la música, es ya un clásico del cine. El
evangelizador es la música, es la forma y no el contenido, es la
satisfacción inmediata y hedonista que otorga la búsqueda y
encuentro de la belleza; y “La misión” usa la música de Ennio
Morricone, no solo para explicar la atracción de los indígenas
hacia el que evangeliza, sino también para evangelizarnos,
alienarnos a nosotros, los espectadores, para que caigamos rendidos
bajo la belleza formal de la película.
La
actuación de Jeremy Irons es contenida, nada sobreactuada, y
certera. Serena elegancia que nos hace creer en el personaje y que
nos es representado con la tranquilidad del que no duda, del que
potenta la razón y que nadie puede arrebatársela. Su posición es
esencialmente espiritual, a diferencia del personaje de Rodrigo
Mendoza (Robert De Niro), lleno de contradicción y rabia.
Rodrigo
no era jesuita, era un esclavista, un cazador al que la defensa de su
honor le parece el valor más importante para conseguir el prestigio
que muchos colonos carecían en España. Sufre la evolución del que
hace el mal pero que su alma no le perdona y necesita de la muerte
para dejar de sufrir o de la resurrección del alma para seguir
viviendo. El arrepentimiento, la culpa y el dolor mueven a Rodrigo.
El duelo con su propio hermano por una mujer, hace que se hunda en la
oscuridad de la depresión. La muerte de quién una vez quiso, no le
deja vivir. Y es en esto por lo que la belleza de este personaje
cautiva al espectador. Se redime pero necesita de un rescate, de una
penitencia. El padre Gabriel es quien le ayuda y le impone que cargue
literalmente con el peso de las armas que tanto daño hicieron en su
pasado. La violencia es una carga para Rodrigo y la búsqueda del
perdón es la meta. No podía ser de otra manera y el perdón solo
llega a ser admitido por Rodrigo cuando es perdonado por quién
sufrió su propia violencia en el pasado, el pueblo Guaraní.
Rodrigo
acepta la visión de Gabriel sobre el mundo pero no dejará de ser
nunca un hombre obsesionado por la redención, el honor y la lucha.
La interpretación de Robert De Niro está cargada de dramatismo,
fuerza y carisma.
Ray
MacAnally actúa desde la frialdad que representa el cardenal
Altamirano, y su escena más importante es la confrontación
dialéctica con el jefe de la tribu y de cómo la violencia acaba
imponiéndose sobre un pueblo que pretende ser expulado de sus
propias tierras. La labor como narrador del personaje muestra el
drama de los acontecimientos desde el prisma del que ya los vivió y
nos lo muestra desde la propia experiencia.
Al
final solo quedan dos opciones de afrontar el conflicto. Una es la
del padre Gabriel que se niega a luchar y que enarbola la opción de
la resistencia pacífica; y la otra es la que elige Rodrigo, luchar
para recuperar su honor y el de los indígenas a los que tantas veces
cazó en el pasado. ¿Qué quieres, una muerte honrosa? Le pregunta
Gabriel a Rodrigo. Para Gabriel el amor a Dios está por encima de la
materia, y para Rodrigo no.
Finalmente
todo: el debate, la lucha de poder, las presiones, la religión, las
imposiciones, la esclavitud, las enfermedades, la muerte… son
hechos, sucesos y consecuencias directas de la invasión, explotación
y expulsión sobre los indígenas americanos.
Una
niña se agacha en el río y ve un candelabro de oro que supondría
para ella una riqueza directa e inmediata, que representa el símbolo
de la evangelización y la religión católica, pero que supone
belleza vacía de alma, una belleza fría y muerta, hija directa de
la masacre recibida a su pueblo. A su lado un instrumento de música
hecho de madera, sin ningún valor material pero que contiene lo que
realmente representa a la divinidad. La pobreza y la humildad del
sonido, pues no hay riqueza material en la música y sí espiritual,
es el valor que nos emociona; la música, llena de vida y magia,
llena de virtud sin pecado, cercana al alma, al sentimiento y al
amor. La niña se agacha en el río y coge el violín. Coge el cáliz
de madera, pobre y humilde de la música, y no el cáliz dorado y
repujado de oro que representa el poder y la ambición de la Iglesia
y las monarquías europeas que tanto daño hicieron a su pueblo.
Una
película donde las interpretaciones, la fotografía, la música, la
dirección, la producción, el guión y la adaptación histórica son
más que notables. Película imprescindible e inmortal.
By
moanbe
Gabriel`s oboe.
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