Big (1988, Penny Marshall) Big


En 1988 - después de comedias como 1,2,3 Splahs (1984), Despedida de soltero (1984) o Esta casa es una ruina (1986)- Tom Hanks era ya una estrella internacional amada por público y crítica que se consolidaría en los noventa y cuya estela (en lo que constituye un verdadero rara avis) se prolongaría hasta la actualidad. Paradójicamente, esta perenne permanencia en la cresta de la ola,  fue debida a su distanciamiento con el género que lo encumbró en los ochenta: la comedia. Sus posteriores incursiones en distintos géneros cinematográficos - desde el drama de Philadelphia (1993) al bélico de Salvar al soldado Ryan (1998) pasando por el cine negro de Camino a la perdición (2002) – lo avocaron a desarrollar un amplio y rico registro interpretativo que parecía imposible para alguien que hasta entonces, a excepción del romance Mil veces adiós (1986), parecía destinado a protagonizar exclusivamente comedias.


Big supone  la última gran comedia - aunque siento debilidad por No matarás al vecino (1989, Joe Dante) - protagonizada por Tom Hanks en su década dorada de los ochenta, y posiblemente su mejor interpretación en este campo; siendo nominado ese año a un Oscar como mejor actor que se le resistiría, pero que ganaría por dos veces consecutivas con Philadelfia en 1993 y con Forrest Gump en 1999. En esto mucho tiene que ver que el papel de “niño adulto” le viene a como anillo al dedo. Y es que , tanto por su físico (esa cara de niño bueno) como por su forma desenfadada de actuar, siempre me ha recordado a un niño grande. Por eso, su papel en Big no pudo ser ni más acertado ni más adecuado, y la realidad es que eclipsa completamente a sus compañeros de reparto. No obstante, esto no fue sólo fruto de su gracia: David Moscow (el joven Josh) tuvo que grabar todas las partes de Hanks y luego este estudió los vídeos a conciencia para que su actuación fuese lo más semejante a la de un niño de doce años.

Penny Marshall (Jumpin Jack Flash, Despertares) dirige esta historia - escrita por Anne Spielberg (sí, la hermana de un tal Steven Spielberg) junto con Gary Ross – en la que un niño de doce años llamado Johs Baskin (David Moscow de joven y Hanks de adulto) , harto de ser pequeño, desea ser “grande” a una enigmática máquina de feria llamada Zoltar . Su deseo es concedido y al día siguiente se despierta en su cuerpo adulto de 30 años. Como curiosidad señalar que Marshall fue la primera directora en superar los cien millones de dólares de recaudación (Big rozó los 115).


Debido a esta premisa hay quien cataloga a esta película como “body swap movie”, aunque,  a mi juicio, no debería incluirse en este subgénero. Las “body swap movies” tienen su origen en un recurso literario conocido en el mundo angloparlante como “body swap” (por ejemplo la novela Vice Versa de 1882)  y que consiste en que dos personas (o seres) intercambian sus mentes. Ejemplos cinematográficos serían  De tal astilla, tal palo (1987) o Viceversa (1988). En estas películas las mentes de los hijos pasarían a los cuerpos de los padres y las de los padres a los cuerpos de los hijos.  Pero en el caso de Big lo que sucede es que el cuerpo físico de Josh crece hasta los treinta años de un día para otro permaneciendo su mente en su mismo lugar. Por tanto, creo,  no se puede hablar de “body swap movie”.

El eje central de Big gira entonces en torno a las contradicciones que se producen entre el comportamiento de Josh (propio de un niño de doce años) frente a las expectativas de un mundo adulto, lejano y antinatural para él, pero al que se supone que (físicamente) pertenece. Josh llora invocando a su madre cuando tiene que pasar la noche en un hostal de mala muerte, lo festeja a lo grande con su amigo Billy (Jared Rushton) cuando cobra su primera paga, juega en la juguetería en la que (como no) ha conseguido su trabajo y amuebla su piso con máquinas recreativas, una canasta de baloncesto, una cama litera y cientos de juguetes; y es que esto sería lo más normal en un chico de su edad.



Sin embargo, Josh termina por adaptarse de forma no sólo satisfactoria, sino notable en un contexto carcomido por la envidia – como la que siente por el Paul (John Heard)-  y la doble moral. Es la inocencia de Josh unida a su bondad, a su actitud transparente (aún no está corrompido por el mundo adulto) , a su energía y alegría juvenil (que contagia) lo que le lleva a ser ascendido a vicepresidente por su jefe MacMillan (el gran Robert Loggia) y  a ser amado por su compañera Susan (Elisabeth Perkins). Al final parece que el único sensato ante tal panorama es el niño de doce años : “Él es adulto” le espeta Susan a Paul cuando lo abandona por Josh.

Lógicamente, para aceptar este planteamiento, el espectador debe consentir ciertas licencias que de otro modo impedirían disfrutar de la película si nos ponemos serios y meticulosos. El principal sería el aceptar la presencia de una persona adulta sin ningún tipo de documentación ni cuenta bancaria que es contratada por una empresa.



Estoy seguro de que hay dos momentos que nunca se habrán borrado de la cabeza de aquellos que hayan visto Big en su juventud.

El primero es cuando Josh encuentra a Zoltar. Imponente la figura del mago artificial encerrado en una máquina de feria, con esos amenazadores ojos rojos incandescentes y una boca que se abre y se cierra como si fueran las fauces de una bestia. A esta escena la acompaña la inquietante música de feria ambulante obra, como la banda sonora, del oscarizado Howard Shore (asiduo colaborador de Cronenberg y compositor de la banda sonora de la trilogía de El señor de los anillos).


El segundo (estoy seguro que todos recordáis esta escena) es Cuando Josh y su jefe MacMillan tocan con sus pies sobre ese piano gigante  instalando en el suelo de la juguetería la canción popular Heart and Soul. Por cierto, la escena la rodaron Haks y Loggia de verdad (se nota en la película como disfrutaron al rodarla) y el piano también existía en la tienda, pero construyó uno más grande para que los actores lo pudiesen tocar.


Otra gran baza de Big es que todos los adolescentes nos sentíamos identificados con su propuesta. ¿Quién no quiso ser mayor antes de tiempo? Pero, ¿y si se consiguiese? Si de repente un día despiertas y aunque sigas siendo un niño tienes un cuerpo de treinta años, ¿se solucionarán tus problemas o más bien desearás con más fuerza que antes el volver a ser el niño que eras?

Esta propuesta es extensible también a los adultos al funcionar como metáfora del fugaz paso del tiempo. A muchos, los años desde la adolescencia hasta el presente, nos han durado un suspiro. Parece que nos hemos despertado un día reparando en que ya no somos  unos críos , pero que en realidad, poco, o mucho menos de lo que creíamos, hemos cambiado desde aquella adorada e idolatrada época. En este aspecto, Susan rompe el mito de que cualquier tiempo pasado fue mejor cuando rechaza regresar con Josh a la infancia: “Ya fue bastante difícil la primera vez …”

TRAILER


ESCENA DEL PIANO

No hay comentarios:

Publicar un comentario