Sangre fácil (1984, Joel y Ethan Coen) Blood simple



Texas. Ray (Jonh Gerzt) contrata los servicios de un detective privado ( M.Emmet Walsh) para que investigue la posible infidelidad de su mujer Abby (Frances McDormand) con su empleado Marty (Dan Hehaya). Una vez confirmada la sospecha vuelve a contactar otra vez con el detective con el objetivo de asesinarlos. Pero lo que parece un asunto sencillo torna en un puzzle de intrigas, conspiraciones, desconfianzas y muerte del que ninguno saldrá bien parado.

Da igual si eres el Papa de Roma, el presidente de los Estados Unidos o el Hombre del año, lo mínimo puede hacer que todo vaya mal.(Prólogo de “Sangre fácil”)

Bajo esta premisa han desarrollado su cine los hermanos Coen. Ya se trate de secuestradores aficionados o de un marido codicioso en Fargo, de un pasota cuarentón apodado “El nota” o de un pueblerino perseguido por la mismísima  encarnación de la muerte en un país donde no hay sitio para viejos, si una cosa nos queda clara en el cine de los Coen, es que la desgracia es inmisericorde y aplasta con su peso. La desgracia será la más fiel acompañante de muchos de los personajes que pululan por películas como “Fargo” y “No es país para viejos”- como referentes más cercanos al caso que nos ocupa - o “Arizona Baby” y “El gran Lebowski” como paradigmas en una vertiente cómica. Todos ellos comparten ese calamitoso tránsito en ocasiones debido al puro azar y en otras a la propia incompetencia de los personajes; aunque posiblemente sea más bien causado por una mezcla de ambos.

Los protagonistas de “Sangre fácil” no escapan a este planteamiento. Sus vidas serán truncadas por acontecimientos que escapan a su control y entendimiento y serán dirigidos por un titiritero que bien podría llamarse azar pero que de la mano de los Coen pasa a ser Destino. En “Sangre fácil” sólo el espectador sabe lo que sucede realmente. Ray no sólo es engañado por su mujer y su empleado, sino por el propio detective que contrata para liquidarlos. Marty y Abby se acusan recíprocamente de haber asesinado a Ray, y ésta sólo al final descubrirá lo que ha sido de su marido. Tanta paranoia es realzada por unos recursos fílmicos en ocasiones muy acertados como en el caso de la fusión de las escenas del ventilador o la imagen final de la gota de agua como símbolo de la muerte inminente, pero que dejan regusto amargo por el empleo, a mi juicio desafortunado, de algunas elipsis que embarran la narración en ciertas partes. También los ambientes electrónicos que conforman la banda sonora firmada por Carter Burwell contribuyen a formar esa atmósfera malsana que se transmite en cada fotograma en el que parece respirarse, además, el hedor a sangre, sudor y suciedad emanante de las paredes y de los cuerpos. Aquí podría estar el mayor acierto de “Sangre fácil” ;en lograr una atmósfera desquiciada -sólo interrumpida en algunos momentos por unos toques de humor negro y varios latigazos de violencia salvaje, cruda y directa (destacando en este aspecto la escena del enterramiento y la del brutal apuñalamiento de la mano de Visser) - y esa estética visual para nada desnaturalizada. 

 En cuanto a los personajes, la novedad que respecto a otras de sus películas es que aquí no se salva nadie, presentando a las cuatro piedras angulares que componen la historia como profundamente degradadas. Esto queda claro muy pronto con respecto al despechado Ray y al detective Loren Visser. Ambos carentes de  principios o escrúpulos para conseguir sus objetivos, y así queda patente en el diálogo que mantienen en el coche, en el cual no quedan reflejadas sólo sus motivaciones, sino la de toda una sociedad; la del capitalismo salvaje. Pero tampoco los que podrían parecer los “buenos de la película”, esto es, Abby y Marty, escapan de esa naturaleza tan marcadamente corrupta. Marty toca fondo en la memorable escena donde entierra vivo a Ray. En un ejercicio de absurda lógica macabra prefiere enterrarlo vivo al darle reparo matarlo de un palazo; aunque peor es que ni siquiera lo hace por él, sino por evitar que inculpen a su amada, ya que el amor es lo que le motiva a cometer el más atroz de los asesinatos. Abby, que puede parecer la más salvable, no nos muestra su naturaleza tanto por sus acciones, sino como por sus omisiones; la degradación de su persona cristaliza en lo que insinúa o no hace, sobre todo en cuanto a su relación con Ray, al que se le puede anticipar un futuro solitario no muy lejano. Sólo Meurice (Sam Art Williams) da un punto de integridad, aunque su presencia sea tan sólo anecdótica.

Corría el año 1984 cuando se estrenó "Sangre fácil", un estreno dirigido por dos hermanos que no sólo imprimieron personalidad propia a una ópera prima de exiguo presupuesto y dieron un toque moderno al cine negro, sino que con el transcurso de los años siguieron firmando obras de cuño propio sin perder su carácter independiente. De ahí es nada.

GERMÁN FERNÁNDEZ JAMBRINA


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