“Meados y mierda por todas partes. Es lo que se ve si se echa un buen vistazo”
Berlín occidental, finales de los setenta. Cristina, una
niña de trece años, quiere conocer la discoteca Sound. A través de su amiga
Kessi logra acceder al local y conoce a su futuro novio, Detlev y al grupo de
sus amigos. Cristina empieza a experimentar con las drogas; pero lo que empezó
como un juego termina por convertirse en una pesadilla de la que no podrán
escapar.
Basado en un libro fruto de la investigación de dos periodistas
sobre un caso en el que se juzgó a un hombre que suministraba heroína a menores
a cambio de favores sexuales, “Yo, Cristina F.”, es una muestra cruda y
realista del submundo de la drogadicción. Christiane Felscherinow fue una de
las víctimas y en base a sus testimonios fue escrito el libro. Este hecho y el
que ella misma trabajara como asesora en la película homónima es quizás determinante para ese
realismo que desborda las imágenes. Así, a través de una sucia fotografía
acorde con la sordidez de los ambientes en que se desenvuelven los
protagonistas, se nos narra el progresivo deterioro y descenso a los infiernos de
un grupo de adolescentes cuyas primeras juergas y escarceos con drogas blandas
dan paso a la heroína y de ahí a toda clase de actos degradantes en pos de la
codiciada sustancia. En aras de este realismo,
Udi Edel, quien logra con su debut la que es considerada como su mejor
película, no duda en rodearse de un elenco de actores desconocidos. Destaca en
este aspecto el papel protagonista de Natja Brunckhorst. Y es que la niña que
encarna a la verdadera Christiane ofrece una interpretación en la que demuestra
una madurez excepcional para encarnar a un personaje que se sumerge en una
profundidad abisal afrontando un puñado de situaciones repugnantes - como la
del intento de desengancharse en la habitación o la que nos muestran las
perversiones sexuales de alguno de sus clientes -con una naturalidad espeluznante.
“Yo, Cristina F.”, sin duda, es una película en la que prima
la ambientación. Así, pese a no destacar por su empleo de los recursos cinematográficos,
la puesta en escena define a la perfección la decrepitud de la historia que
quiere reflejar. El color grisáceo de la fotografía, el maquillaje de los
actores, la ubicación de los personajes en escenarios cerrados – el metro,
habitaciones lúgubres, baños de suciedad palpable - que aumentan la sensación
claustrofóbica, la tenue iluminación o el empleo de varias canciones de David
Bowie – de quien Christiane era seguidora - logran transmitir una atmósfera
netamente degenerada. Destaca también en este aspecto el paralelismo establecido
entre las películas de terror proyectadas en el Sound y el mundo de la drogadicción;
paralelismo que queda patente con las imágenes de cientos de jóvenes paseando
como “zombies” por el metro berlinés. A estos aspectos hay que sumarle la
existencia de alguna escena sobrecogedora; como la ya citada imagen del intento
de desengancharse en compañía de su novio en la que ambos terminan cubiertos
por sus vómitos sanguinolentos o aquella en la que un drogadicto le roba a
Cristina la jeringuilla para acto seguido pincharse en el cuello. Quizás la
parte más floja corresponde a la relación de Cristina con su madre. Una
relación apenas existente y que no es creíble por la excesiva indiferencia con
que se desarrolla – me resulta muy difícil de creer por la ausencia de tensión
entre ambas; tensión siquiera mínimamente necesaria dada la gravedad de los
actos de Cristina-
Dijo Lenin : “Libertad para qué”. La frase que para los
acérrimos enemigos del comunismo fue interpretada como toda una declaración de
intenciones que definía a la perfección un sistema totalitario, puede bien
constituir el intento de cribar una idea
tan genérica como es la de la libertad. Así , la libertad considerada de tal
modo da a entender ser clara y unívoca cuando en realidad no lo es. ¿Libertad
para qué? ¿Para hacer lo que uno quiera? Sí, pero esta concepción supondría el
choque de nuestra libertad frente a otras libertades; ¿libertad para matar? O
es quizás, como el caso que nos ocupa, libertad para drogarse. Una libertad que
deja de ser tal cuando el mono domina por completo la voluntad del consumidor y
éste se ve obligado a cometer todo tipo de actos que lo subyugan a la
sustancia. De este modo, lo que comienza siendo un acto de libertad puede
convertirse en una soga cuando la experimentación da lugar a la adicción y esta
al latrocinio y a la prostitución para poder consumir. Cristina F. no es sino
el arquetipo de esta máxima.
GERMÁN FERNÁNDEZ JAMBRINA
TRAILER
Me parecio super tu super comentario, das a conocer muy bien la situacion en la que se encuentra Cristina y todos con los que "tiene contacto" y como el novio de ella se prostituye para conseguir el dinero para el polvito. Es mi pelicula favorita aunque pobre Babsi ): y saber que es real esta historia es aun peor "solo tenia 14"
ResponderEliminarBy:tatiana guzman c.