Ochenters, recordamos la deliciosa “Una habitación con vistas”, un melodrama romántico y costumbrista ambientado
a principios del siglo XX, en la Florencia de los inicios de lo que hoy conocemos
como turismo, y en la Inglaterra eduardiana encorsetada por los
convencionalismos de clase.
Dirigida
por el especialista James Ivory, y basada en la novela homónima de E. M.
Forster, cuenta en sus papeles principales con los por entonces jovencísimos
Elena Bonham-Carter, Julian Sands y Daniel Day-Lewis, junto a excelentes veteranos
como Maggie Smith, Delholm Elliot o Judi Dench.
La película
tiene una estructura en actos, separados incluso por carteles como si
fuera una película muda. La primera parte sucede en Florencia, en la soleada y bucólica Toscana italiana,
y las dos restantes en la campiña de Surrey, a las afueras de Londres.
EL ARGUMENTO Y LOS PERSONAJES
La
trama gira en torno a las tribulaciones y angustias de Lucy
Honeychurch, una joven confusa, indecisa e inconformista, de clase acomodada, interpretada
por una estupenda Elena Bonham-Carter, que más tarde se convertiría en actriz
de carácter, fetiche de Tim Burton e icono del cine fantástico con títulos como
“El planeta de los simios” o Harry Potter.
En un
rasgo de absoluta originalidad del director James Ivory, la protagonista de “Una
habitiación con vistas” es una joven muy alejada del arquetipo y el canon habitual,
y no solo en el cine de Hollywood sino de la propia novela clásica británica.
Nuestra heroína no es una esbelta belleza de cabellos rubios y lánguidos
suspiros, sino una enérgica joven menuda, de piel macilenta, con rasgos
redondeados y una melena rojiza de rizos descontrolados que disimula con unos peinados
extravagantes, que juega al tenis e interpreta a Veethoven al piano.
Su madre, una viuda adinerada, harta
de sus dudas, la envía a un viaje de placer por el continente junto con su
prima, más bien parece su tía, Charlotte Bartlett, una madura solterona con
aire más victoriano que eduardiano, estirada hasta el extremo, presa de la
etiqueta y el "qué dirán", e incapaz de mostrar lo que realmente
piensa o siente. Un papel que venía como anillo al dedo a la siempre efectiva
Maggie Smith, especialista en ese tipo de roles tanto en el cine como en la televisión,
y a la que recientemente hemos visto, ya muy veterana, como profesora de Harry
Potter.
El viaje las lleva a la renacentista y evocadora Florencia de los Medici. En la
pensión donde se alojan (en la que Charlotte se queja de que no tengan “una
habitación con vistas” a los monumentos de la ciudad), coinciden con un grupo
variopinto de anglosajones. Entre ellos, una famosa escritora (Judi Dench), y los
Emerson, un padre y un hijo, interpretados por el siempre impecable Delholm
Elliot (secundario de lujo al que hemos visto, por ejemplo, en Indiana Jones), y
el jovencísimo Julian Sands (que protagonizó “Warlock el brujo”, pero al que su
prematura alopecia le condujo después a papeles de malvado o secundario).
El señor Emerson (Elliot) es el
arquetipo de hombre culto y librepensador, padre comprensivo y tolerante. Un
aparente despistado, pero que se entera de todo, y es certero en sus comentarios.
Tiene una excelente relación con su hijo, y ambos se adoran. George Emerson
(Sands) es el joven que todos queríamos ser: sencillo, noble, determinado y de
elevados ideales (lo de alto, rubio y guapo viene ya por añadidura).
En un arrebato impulsivo,
George besa a Lucy en una excursión por la Toscana, y la recoge cuando cae
desmayada en plena escalinata de la Piazza della Signoría tras presenciar una reyerta con sangre
entre dos jóvenes florentinos. Entre ellos ha surgido la chispa del amor.
Sin embargo, a su vuelta del
viaje, no se vuelven a ver, y Lucy regresa a los corsés de la vida de la clase
alta en la Inglaterra eduardiana, y, sin saber cómo, se ve comprometida con un
joven adinerado, Cecyl Vyse (un Daniel Day-Lewis lejos del status de héroe que
alcanzaría con “El último mohicano”). Cecyl es un personaje mezquino,
superficial, insulso a más no poder, incapaz hasta de dar un beso; en lenguaje
coloquial, un auténtico panoli. Lucy lo tolera, pero no le gusta, y en secreto
sueña con su amor perdido, el descontrolado y pasional George Emerson al que
nunca volverá a ver.
En su angustia y su lucha
interior solo encuentra consuelo en su hermano pequeño Freddy, un adolescente
descarado y divertido interpretado por Rupert Graves, y también en un amigo de
la familia, el reverendo Beebe (Simon Callow), Un personaje delicioso, que casi
nos reconcilia con el clero, aunque en este caso sea el anglicano, siempre
menos siniestro y ultramontano.
Sin embargo, no todo está
perdido para Lucy, porque, una casualidad del destino, hace que los Emerson,
sin saberlo, alquilen una pequeña casa muy cerca de la suya.
Pronto, George y Freddy se
hacen amigos y empiezan a coincidir, ya sea en una partida de tenis o en un
paseo por el bosque, como en la divertida e inocente secuencia la que los dos
jóvenes se están dando un baño en una charca y convencen al reverendo para que
una a ellos en una escena de desnudos masculinos muy poco habitual en el cine,
incluso en los menos recatados ochenta. Mientras juegan a tirarse agua, les pillan
Lucy y Cecyl, que pasean junto con su madre, la señora Honeychurch, y tienen que
huir a la carrera mientras el pacato Cecyl trata de apartarlas la vista.
EL TRASFONDO DEL FILM
“Una habitación con vistas” es
una película diferente incluso en el contexto del cine de los ochenta. Un film con
aire de pieza de cámara, que trata sobre una mujer que lucha contra la rígida
educación y los convencionalismos de su época, una joven que despierta al
mundo, ansiosa por asumir sus propios anhelos más que engañarse a sí misma y a
la sociedad que le rodea, y toma las riendas de su destino en un proceso que la
lleva a la madurez.
James Ivory aprovecha el éxito
de “Pasaje a la India” (David Lean, 1984), para hacer una nueva adaptación de
una novela de E. M. Forster, un autor cercano al círculo de Bloomsbury, amigo
de Keynes y Litton Strachey, y que fue retratado por Dora Carrington. En esta,
como en otras de sus novelas, se abordan las diferencias de clase y la
hipocresía de la sociedad británica.
Además, en la película juegan
un papel importante la escenografía, la ambientación, y la música, que
acompañan en su devenir emocional a la protagonista. Así, las estatuas de la
Piazza della Signoría y el episodio de violencia reflejan la turbación personal
de Lucy, a la que siguen unas hojas que
caen al río. También el aria “O mio babinno caro” de Puccini, que suena en el
momento en que tiene que tomar una decisión, el divertimento que toca junto a
su hermano al piano, que es una variación del que vemos en la famosa escena del
“piano de pies” de “Big”, o la energía de Lucy que hace exclamar al reverendo
que “una joven que interpreta a Veethoven con esa pasión no puede ser débil de
ánimo”.
Incluso Ivory distingue entre
la alambicada y convencional urbanidad que atrapa a los personajes, en contraposición con el verdor de la
naturaleza en la que son libres, felices y dan rienda suelta a su emociones, como
el beso de Lucy y George en el prado de amapolas de la Toscana, o el jovial baño
desnudos en la charca del bosque, de los muchachos.
CONCLUSION
“Una
habitación con vistas”, rodada con muy poco presupuesto, se convirtió en la
película más rentable de James Ivory, y también en una pequeña joya
imprescindible, y que se revisiona con agrado como si no hubieran pasado los
años. Además, recibió tres premios Óscar en 1987: a la mejor dirección de arte
y escenografía (Gianni Quaranta, Brian Ackland-Snow, Brian Savegar, Elio
Altramura), mejor diseño de vestuario (Jenny Beavan y John Bright), y mejor
guion (Ruth Prawer Jhabvala).
Por Víctor Sánchez González
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