Presentación

Amantes de mundos fantásticos, bisoños aventureros en busca de tesoros, criaturas de la noche, princesas estudiantiles y fanáticos de cachas de postín, ¡sed bienvenidos!. Invitados quedáis a rebuscar en nuestra colección de VHS, acomodar vuestras posaderas en una mullida butaca, darle al play, y disfrutar de lo bueno, lo malo y lo peor que dieron estas décadas.

ADVERTENCIA: Aquí no se escribe crítica cinematográfica (ni se pretende). Las reseñas son altamente subjetivas y el único objetivo es aprender y disfrutar del cine y, por supuesto, de vosotros.

Una habitación con vistas (A room with a view, James Ivory, 1985)


         
Ochenters, recordamos la deliciosa “Una habitación con vistas”, un melodrama romántico y costumbrista ambientado a principios del siglo XX, en la Florencia de los inicios de lo que hoy conocemos como turismo, y en la Inglaterra eduardiana encorsetada por los convencionalismos de clase.
        Dirigida por el especialista James Ivory, y basada en la novela homónima de E. M. Forster, cuenta en sus papeles principales con los por entonces jovencísimos Elena Bonham-Carter, Julian Sands y Daniel Day-Lewis, junto a excelentes veteranos como Maggie Smith, Delholm Elliot o Judi Dench.
         La película tiene una estructura en actos, separados incluso por carteles como si fuera una película muda. La primera parte sucede en Florencia, en la soleada y bucólica Toscana italiana, y las dos restantes en la campiña de Surrey, a las afueras de Londres.

EL ARGUMENTO Y LOS PERSONAJES
         La trama gira en torno a las tribulaciones y angustias de Lucy Honeychurch, una joven confusa, indecisa e inconformista, de clase acomodada, interpretada por una estupenda Elena Bonham-Carter, que más tarde se convertiría en actriz de carácter, fetiche de Tim Burton e icono del cine fantástico con títulos como “El planeta de los simios” o Harry Potter.
         En un rasgo de absoluta originalidad del director James Ivory, la protagonista de “Una habitiación con vistas” es una joven muy alejada del arquetipo y el canon habitual, y no solo en el cine de Hollywood sino de la propia novela clásica británica. Nuestra heroína no es una esbelta belleza de cabellos rubios y lánguidos suspiros, sino una enérgica joven menuda, de piel macilenta, con rasgos redondeados y una melena rojiza de rizos descontrolados que disimula con unos peinados extravagantes, que juega al tenis e interpreta a Veethoven al piano.
Su madre, una viuda adinerada, harta de sus dudas, la envía a un viaje de placer por el continente junto con su prima, más bien parece su tía, Charlotte Bartlett, una madura solterona con aire más victoriano que eduardiano, estirada hasta el extremo, presa de la etiqueta y el "qué dirán", e incapaz de mostrar lo que realmente piensa o siente. Un papel que venía como anillo al dedo a la siempre efectiva Maggie Smith, especialista en ese tipo de roles tanto en el cine como en la televisión, y a la que recientemente hemos visto, ya muy veterana, como profesora de Harry Potter.
El viaje las lleva  a la renacentista y evocadora Florencia de los Medici. En la pensión donde se alojan (en la que Charlotte se queja de que no tengan “una habitación con vistas” a los monumentos de la ciudad), coinciden con un grupo variopinto de anglosajones. Entre ellos, una famosa escritora (Judi Dench), y los Emerson, un padre y un hijo, interpretados por el siempre impecable Delholm Elliot (secundario de lujo al que hemos visto, por ejemplo, en Indiana Jones), y el jovencísimo Julian Sands (que protagonizó “Warlock el brujo”, pero al que su prematura alopecia le condujo después a papeles de malvado o secundario).
El señor Emerson (Elliot) es el arquetipo de hombre culto y librepensador, padre comprensivo y tolerante. Un aparente despistado, pero que se entera de todo, y es certero en sus comentarios. Tiene una excelente relación con su hijo, y ambos se adoran. George Emerson (Sands) es el joven que todos queríamos ser: sencillo, noble, determinado y de elevados ideales (lo de alto, rubio y guapo viene ya por añadidura).
En un arrebato impulsivo, George besa a Lucy en una excursión por la Toscana, y la recoge cuando cae desmayada en plena escalinata de la Piazza della Signoría tras presenciar una reyerta con sangre entre dos jóvenes florentinos. Entre ellos ha surgido la chispa del amor.
Sin embargo, a su vuelta del viaje, no se vuelven a ver, y Lucy regresa a los corsés de la vida de la clase alta en la Inglaterra eduardiana, y, sin saber cómo, se ve comprometida con un joven adinerado, Cecyl Vyse (un Daniel Day-Lewis lejos del status de héroe que alcanzaría con “El último mohicano”). Cecyl es un personaje mezquino, superficial, insulso a más no poder, incapaz hasta de dar un beso; en lenguaje coloquial, un auténtico panoli. Lucy lo tolera, pero no le gusta, y en secreto sueña con su amor perdido, el descontrolado y pasional George Emerson al que nunca volverá a ver.
En su angustia y su lucha interior solo encuentra consuelo en su hermano pequeño Freddy, un adolescente descarado y divertido interpretado por Rupert Graves, y también en un amigo de la familia, el reverendo Beebe (Simon Callow), Un personaje delicioso, que casi nos reconcilia con el clero, aunque en este caso sea el anglicano, siempre menos siniestro y ultramontano.

Sin embargo, no todo está perdido para Lucy, porque, una casualidad del destino, hace que los Emerson, sin saberlo, alquilen una pequeña casa muy cerca de la suya.
Pronto, George y Freddy se hacen amigos y empiezan a coincidir, ya sea en una partida de tenis o en un paseo por el bosque, como en la divertida e inocente secuencia la que los dos jóvenes se están dando un baño en una charca y convencen al reverendo para que una a ellos en una escena de desnudos masculinos muy poco habitual en el cine, incluso en los menos recatados ochenta. Mientras juegan a tirarse agua, les pillan Lucy y Cecyl, que pasean junto con su madre, la señora Honeychurch, y tienen que huir a la carrera mientras el pacato Cecyl trata de apartarlas la vista.


EL TRASFONDO DEL FILM
“Una habitación con vistas” es una película diferente incluso en el contexto del cine de los ochenta. Un film con aire de pieza de cámara, que trata sobre una mujer que lucha contra la rígida educación y los convencionalismos de su época, una joven que despierta al mundo, ansiosa por asumir sus propios anhelos más que engañarse a sí misma y a la sociedad que le rodea, y toma las riendas de su destino en un proceso que la lleva a la madurez.
James Ivory aprovecha el éxito de “Pasaje a la India” (David Lean, 1984), para hacer una nueva adaptación de una novela de E. M. Forster, un autor cercano al círculo de Bloomsbury, amigo de Keynes y Litton Strachey, y que fue retratado por Dora Carrington. En esta, como en otras de sus novelas, se abordan las diferencias de clase y la hipocresía de la sociedad británica.
Además, en la película juegan un papel importante la escenografía, la ambientación, y la música, que acompañan en su devenir emocional a la protagonista. Así, las estatuas de la Piazza della Signoría y el episodio de violencia reflejan la turbación personal  de Lucy, a la que siguen unas hojas que caen al río. También el aria “O mio babinno caro” de Puccini, que suena en el momento en que tiene que tomar una decisión, el divertimento que toca junto a su hermano al piano, que es una variación del que vemos en la famosa escena del “piano de pies” de “Big”, o la energía de Lucy que hace exclamar al reverendo que “una joven que interpreta a Veethoven con esa pasión no puede ser débil de ánimo”.
Incluso Ivory distingue entre la alambicada y convencional urbanidad que atrapa a los personajes,  en contraposición con el verdor de la naturaleza en la que son libres, felices y dan rienda suelta a su emociones, como el beso de Lucy y George en el prado de amapolas de la Toscana, o el jovial baño desnudos en la charca del bosque, de los muchachos.

CONCLUSION
         “Una habitación con vistas”, rodada con muy poco presupuesto, se convirtió en la película más rentable de James Ivory, y también en una pequeña joya imprescindible, y que se revisiona con agrado como si no hubieran pasado los años. Además, recibió tres premios Óscar en 1987: a la mejor dirección de arte y escenografía (Gianni Quaranta, Brian Ackland-Snow, Brian Savegar, Elio Altramura), mejor diseño de vestuario (Jenny Beavan y John Bright), y mejor guion (Ruth Prawer Jhabvala).

Por Víctor Sánchez González






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