Los pasajeros del tiempo ( Nicholas Meyer, 1979) Time after Time



Original, impactante, a ratos divertida, a ratos aterradora, y muy, muy  trepidante. Así es Los pasajeros del tiempo (Time after Time, Escape al futuro), un film de ciencia ficción, dirigido por el especialista Nicholas Meyer (un guionista y director vinculado a la franquicia Star Trek), y que protagonizaron unos espléndidos Malcom McDowell, David Warner y Mary Steenburgen.
La película combina dos clásicos británicos de finales del siglo XIX, uno literario y otro real: La inmortal novela futurista La máquina del tiempo de H. G. Wells, y el misterio del asesino más despiadado de su época, Jack El Destripador. Con estas dos premisas, Meyer elabora una cinta de aventuras que también homenajea a la clásica película The time Machine (1960), de George Pal, protagonizada por Rod Taylor e Ivette Mimieux, que en España se tituló El tiempo en sus manos.


EL ARGUMENTO Y LOS PROTAGONISTAS
En el clásico de George Pal, el viajero del tiempo, también el propio novelista H. G. Wells, se desplaza a un fututo muy lejano en el que, tas un holocausto nuclear, la humanidad ha renacido en forma de dos especies, los bellos y pasivos Eloi, que viven en la bucólica naturaleza de la superficie, y los horrendos  y feroces Morlocks, que habitan las cuevas interiores.
Sin embargo, en esta ocasión, el viajero Wells se desplaza apenas 90 años, de 1893 a 1971, al moderno San Francisco, en un momento en que la humanidad, en pleno esplendor tecnológico, está también amenazada con autodestruirse en una guerra nuclear total.
El comienzo del film es muy similar a la versión de 1960, con Herbert George Wells (un fenomenal y muy caracterizado Malcom McDowell), mostrando orgulloso su descubrimiento, la máquina del tiempo; y aquí se produce el giro argumental, cuando la policía irrumpe en la casa, buscando al sospechoso de unos horrendos asesinatos de prostitutas, que tienen atemorizado a todo Londres, y al que se apoda Jack El Destripador. El criminal resulta ser uno de sus invitados, el médico de la alta sociedad Leslie John Stevenson, con el que ha estado jugando al ajedrez apenas unos instantes antes, y que se delata al desparecer de la casa.
Cuando se van los agentes, Wells desconfía. Leslie se ha mostrado escéptico, aunque interesado en el funcionamiento de su máquina, así que decide bajar a su laboratorio y… La máquina ha desparecido, y, cuando regresa del futuro al presente, lo hace vacía.
Wells se siente tan sorprendido como culpable. “¡He soltado un monstruo en Utopía!”, exclama escandalizado, por haber llevado el mal a un futuro que imagina pacífico, igualitario y libre de violencia. Así que, en un arrebato de valentía, decide montar en su máquina del tiempo, y viajar al futuro en su busca para capturarle.
Cuando llega a 1979, su antagonista, interpretado por un David Warner excepcional como villano frío y despiadado (al año siguiente repetiría rol como el pérfido Shark de Tron), le lleva ventaja, y además se adapta mucho más al terreno que Wells, sorprendido y fascinado por cada adelanto que ve en la ciudad (los atuendos, los coches, los aviones, las escaleras mecánicas, etc.).



Sin embargo, ambos tienen una cosa en común: necesitan dinero de curso legal para moverse en este nuevo mundo (Leslie lleva un cinturón lleno de valiosas monedas de una guinea), y Herbert lo poco que ha conseguido en casa, y unas cuantas joyas. Como buenos ingleses, acuden al único banco británico de la ciudad a cambiar moneda, y la responsable de esas operaciones es una eficiente funcionaria recién ascendida, la joven e idealista Amy Robbins (una deliciosa Mary Steenburgen), que conoce a los dos, desconfía de Leslie, pero queda prendada con el hablar afectado, y el porte elegante y despistado de Herbert Wells. 
Ella es la heroína de la peli, la Weena de este futuro/presente de los setenta, que va a ser su guía, su confidente, y su interés amoroso. Esta vez, en vez de contra los Morlocks, en la persecución de Jack El Destripador, que no duda en seguir con sus macabros crímenes.
 

Cuando empiezan a aparecer noticas en los periódicos de asesinatos de prostitutas, y ya desesperado, Herbert decide acudir a la policía, que, en uno de los momentos más hilarantes de la película, no le cree, entre otras cosas porque, para darse credibilidad, se inventa que es detective, y dice llamarse Sherlock Holmes. Por ello, deberá enfrentarse cara a cara y sin ayuda con el asesino.

LA CÁPSULA DEL TIEMPO
Por supuesto, la máquina del tiempo que vemos está inspirada en la que todos conocemos, más que por la novela, por la película de 1960, sin embargo, tiene un toque steampunk, porque es cerrada, y tiene forma de pez, como un “mininautilus”. En vez de una gran rueda, que gira de forma mecánica, el vehículo tiene una antena para usar energía fotónica. Los mandos son muy parecidos, y el reloj, aunque es analógico, guarda un parecido evidente con el del Delorean de Doc en Regreso al futuro.

Si el George de El tiempo en sus manos accionaba su máquina con un mando hecho de piedra preciosa, el Herbert de Los pasajeros del tiempo, usa una llave de metal de color rojo, con la que se quiere hacer el malvado Leslie a toda costa, para seguir cometiendo crímenes a través del espacio-tiempo.
En una película de paradojas, aquí tenemos una de las más contradictorias, para una cinta que se sitúa dentro del canon de la ciencia ficción pura. Como queda claro en la novela, y en el film de 1960, la máquina puede desplazarse en el tiempo, pero siempre ocupa el mismo espacio. Entonces, ¿por qué  viajamos del brumoso y húmedo Londres de 1893, al luminoso y cálido San Francisco de los rascacielos y los centros comerciales, de 1979? La verdad es que en la película no se aclara mucho, solo se habla del desfase horario en el reloj de Wells, sin embargo, en la trama, el vehículo aparece en una exposición retrospectiva sobre los adelantos predichos por el propio H. G. Wells, en las afueras de la ciudad del Golden Gate, en la que se muestra su máquina del tiempo. Por lo tanto, podemos deducir que, si un mismo objeto no puede estar en el mismo momento en dos sitios a la vez, entonces el vehículo se desplazaría también en el espacio, en una pirueta, aunque verosímil, casi paraciéntífica.

CONCLUSIÓN

         Como hemos comentado, aparte de ser una película de ciencia ficción futurista con tintes de policíaco clásico, Los pasajeros del tiempo también es una cinta de acción  trepidante, muy dinámica, con toques de humor, y un final que no desvelaremos, pero es de lo más romántico.
Por cierto, la actriz Mary Steenburgen, también repetiría como heroína del tiempo en la tercera película de Regreso al futuro como la novia de Doc en el lejano oeste. Más que una anécdota, un claro homenaje. Y otro detalle curioso: al principio de la película, en la exposición, podemos ver brevemente a un infantilísimo Corey Feldman, que le reprocha a Herbert que se haya metido en la máquina, cuando en realidad está saliendo de ella.
         Por todo ello, este film se ha convertido en un pequeño clásico, que gusta ver también por como retrata la vida a finales de los setenta, la moda hippie, la música disco, el feminismo, el pacifismo, en una sociedad que entonces se consideraba en la cima del bienestar y la tecnología, y que hoy nos parece lejana (Herbert se asusta cuando escucha el teléfono, y no sabe lo que es, le aterra pensar que ha habido dos guerras mundiales y casi están a punto de la tercera). Todo retratado con un tono vital y optimista muy de la época. Una delicia.
         Ochenters, cualquier tiempo pasado fue mejor… mejor dicho, aquel tiempo pasado, fue mejor. Quién pudiera viajar como Herbert George o Kirk y Spok, a los setenta u ochenta. Puede que nos quedáramos allí.

Por Víctor Sánchez González



















No hay comentarios:

Publicar un comentario