Especial
Roger Moore, James Bond de los ochenta: Programa doble, La espía que
me amó y Moonraker
Por
Víctor Sánchez González
En
Cine
de los 80 estábamos
deseando dedicar un especial al Bond de los primeros ochenta, Roger
Moore, y al repasar la serie de sus películas nos dimos cuenta de
que no podíamos comenzar, con un criterio exclusivamente de fecha,
por Solo
para tus ojos
de 1981 (por cierto una de las más flojas de Moore junto con
Octopussy),
y dejar fuera los dos títulos que reinician la serie tras el parón
de 1974, y marcan el comienzo del “Bond de los 80”: La
espía que me amó
y Moonraker.
Además,
las dos son de las pelis más emblemáticas y sin duda las más
espectaculares del ciclo Moore, anticipan los avances de la década,
la estética ochentera, y contienen momentos y personajes
inolvidables. Y es tanto también lo que tienen en común que hemos
querido mostrároslas juntas, en “programa doble”, así que,
ochenters, no miréis la fecha y… ¡A disfrutar!
La
espía que me amó que me amó
(The
spy who loved me,
Eon,1977) y Moonraker
(1979) son la décima y la undécima películas del superespía
británico creado por el escritor Ian Fleming y que lleva al cine el
productor Albert R. Broccoli. Las dos están interpretadas en su
papel principal por Roger Moore, y en los roles femeninos por Bárbara
Bach y Lois Chiles en cada una.
Aparte
de su actor protagonista, comparten director (el británico Lewis
Gilbert), temática futurista casi rozando la ciencia ficción (son
las más originales y ambiciosas hasta entonces, Moonraker
costó 34 millones de dólares), el coche Lotus Spirit, y, por
supuesto, el malo
malísimo
de las dos y auténtico alter
ego
del Bond de Moore: El gigante de dientes de acero Tiburón.
EL
REPARTO
El
protagonista principal de las películas es el actor inglés Roger
Moore, que en los años sesenta había protagonizado la serie
televisiva El
Santo, sobre
un ladrón de guante blanco, con la que obtuvo mucha popularidad.
Cuando el primer Bond (y para muchos el más genuino), el escoces
Sean Connery, se hartó del personaje que hasta entonces había
interpretado en cinco películas desde 1962, le ofrecieron a Moore el
papel del famoso espía, al que aportó su natural porte y elegancia,
su fino sentido del humor, un toque menos masculino y más
sofisticado que el de Connery, y, por supuesto su característico
“enarcar la ceja” (En España también la inconfundible voz de
Constantino Romero).
Para
enfrentarse a Bond no puede faltar el villano de turno, en este caso
interpretado en La
espía que me amó
por Curd
Jürgens (un veterano del Hollywood dorado),
y Michael
Lonsdale en Moonraker,
pero su
antagonista verdadero en ambas películas es Richard Kiel, que da
vida al incombustible asesino a sueldo Tiburón,
un gigante con los dientes de acero que no habla pero consigue una
química con el personaje de Bond que les convierte a ambos en
auténticos enemigos simbióticos, con sus sonrisas recíprocas y sus
escenas de lucha (Como curiosidad, Kiel, un actor marcado por su
físico, había aparecido antes en otros filmes como Los
rompehuesos
o El expreso
de Chicago,
en esta última ya por primera vez como el sicario silencioso de
dientes de metal).
Otro
signo de identidad de la serie son las conocidas como “Chicas
Bond”, un concepto sexista pero que ha conseguido lanzar al
estrellato a muchas actrices, empezando por la primera de ellas:
Ursula Andress, y su mítica salida del agua en el primer film de la
serie 007
contra el Dr. No de
1962. La típica “chica Bond” es una mujer joven, atractiva y
ligera de ropa cuyo cometido principal es ser salvada y sucumbir al
irresistible James Bond de turno. Sin embargo, las protagonistas
principales en estas dos películas no responden en absoluto a ese
arquetipo. Las dos en su estilo son heroínas por ellas mismas,
mujeres independientes, que se sitúan al mismo nivel que su
partenaire
masculino (como la princesa Leia de Star
Wars).
En
La espía que
me amó,
Bárbara Bach es Ana Amásova, la agente Triple
X del KGB
soviético (una especie de análoga al 007 británico). Amásova es
inteligente, sagaz y escurridiza; tiene una cuenta pendiente con Bond
y rivaliza con él hasta que ambos se ven obligados a unir sus
fuerzas contra el malvado Stromberg que planea destruir ambos países.
En todo momento, incluso en el amor, Bond y ella mantienen una
relación de igual a igual hasta la escena final.
En
el caso de Moonraker,
Lois Chiles es Holly Goodhead, doctora en física y agente de la CIA
infiltrada en Industrias Drax para averiguar los pérfidos planes del
multimillonario fabricante de las lanzaderas espaciales Moonraker.
Como en el caso anterior, une sus fuerzas con Bond, esta vez sin
rivalidades geopolíticas y ambos de nuevo en el mismo plano.
Junto a ellos, los personajes
habituales del universo Bond de la época: Lois Maxwell como
Moneypenny, Bernard Lee como “M”, su jefe en el Mi6, Desmond
Lewelyn como “Q”, el hombre de los gadgets, o Walter Gotell como
el general Gogol, jefe de KGB. Además, en pequeños papeles,
actrices como Caroline Munro, musa de la serie B, o Corinne Clery.
LA
TRAMA
Las
películas del sello Bond siguen todas un esquema parecido: La
sintonía de Monty Norman y John Barry, una primera escena de acción,
los créditos coloristas con el tema musical de la película, y
después la historia:
En
La espía que
me amó,
Bond y Amasova han de resolver el misterio de un submarino nuclear
británico y otro soviético desaparecidos misteriosamente en alta
mar. Ello les llevará desde Egipto hasta Córcega para descubrir que
el responsable es el millonario Karl Stromberg que ha construido una
ciudad submarina y planea destruir el mundo provocando una guerra
nuclear para habitar el mar.
En
Moonraker lo que desaparece es un transbordador espacial, y Bond ha
de averiguar si el responsable es el millonario fabricante, Hugo
Drax. Para ello viajará desde Venecia a Rio para descubrir que Drax
oculta en la selva brasileña una base de lanzaderas espaciales con
las que planea bombardear el planeta con un virus y refundar una
nueva sociedad en el espacio exterior.
AMBIENTACIÓN
Y ESCENAS MEMORABLES
Aunque
las películas de James Bond siempre ocurren en el tiempo presente,
en este caso la ambientación y la temática es claramente futurista:
Una ciudad bajo el mar en el caso de La
espía que me amó y
la conquista del espacio en Moonraker.
Ambas gobernadas por el mismo tipo de villano: un millonario
excéntrico, megalómano y visionario que quiere destruir el mundo,
que considera lleno de maldad y vileza para crear un nuevo paraíso
en el que la humanidad parta de cero (en La
espía que me amó bajo
los océanos y en Moonraker
en el espacio). Ambos malvados también comparten perfil: hombres de
cierta edad que ejercen la violencia de forma contenida y mediante la
palabra (para las escenas de acción ya está Tiburón).
En
ambos casos, aparte de las típicas peleas, disparos y explosiones,
las películas utilizan profusamente los efectos especiales (puestos
también muy de moda por La
guerra de las galaxias),
y en las dos resultan muy creíbles aunque hoy en día nos puedan
parecer artesanos (las maquetas tanto de la gigantesca ciudad
subacuática como de la fastuosa estación espacial resultaban
impresionantes en el cine).
En
cuanto a las secuencias memorables, las encontramos en las dos
películas y algunas se han convertido en icónicas:
En La
espía que me amó
podemos ver una escena rodada en las pirámides de Egipto durante un
espectáculo nocturno que se celebra realmente; también la
persecución del helicóptero pilotado por Caroline Munro, del que
escapan lanzándose al mar en el Lotus que bajo el agua se convierte
en minisubmarino (quizás la imagen más icónica de todos los coches
de Bond y su gatget
más espectacular); y, al final, la escena del interior del
superpetrolero en el que se esconden nada menos que tres submarinos
nucleares, y en la que se desarrolla quizás la más lograda
coreografía de batalla de la serie Bond y una de las mejores del
cine de acción, y que se rodó en los gigantescos estudios Pinewood
de Londres.
En
Moonraker
encontramos también escenas muy reconocibles como la del simulador
de velocidad G en la que Bond da vueltas hasta que consigue soltarse;
la persecución en el teleférico del Pan de Azúcar de Rio de
Janeiro, en la que Tiburón
para el motor con sus manos, corta el cable de acero con los dientes
y resiste el impacto de la cabina antes de conocer al “amor de su
vida”; También la espectacular persecución de lanchas motoras en
el Amazonas (en la que, si nos fijamos, los perseguidores que saltan
por los aires son muñecos); y para terminar la parte final que
ocurre en el espacio: las logradísimas secuencias del transbordador,
La lucha en la estación espacial y la batalla de rayos láser en la
estratosfera entre los esbirros de Drax y el oportuno y bien armado
comando americano, en la que, al final, en medio de las explosiones
que destruyen la estación, Tiburón
se vuelve bueno y ayuda a Bond a escapar para salvar la Tierra.
CONCLUSIÓN
Las
películas de James Bond son cine comercial y de entretenimiento
(abunda la publicidad inducida, coches estrellándose contra carteles
publicitarios o la descarada promoción del entonces novedoso
transbordador espacial que iba a tener en los ochenta un uso
predominantemente comercial), no obstante, tienen un público fiel
que ha seguido la serie incluso hasta nuestros días. En cuanto a
estas dos películas, son de las mejores del ciclo Moore; son
originales, novedosas, con un mensaje optimista y de deshielo en
plena Guerra Fría, y combinan, en dosis justas, la acción, el humor
y los tópicos del “mundo Bond”.
Por
VÍCTOR SÁNCHEZ GONZÁLEZ
De acuerdo con todo.La verdad es que de la etapa Roger Moore mi preferida es Moonraker. Tengo un gran recuerdo de ella y del día que la vi en el cine siendo niño.
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