Original, impactante, a ratos divertida,
a ratos aterradora, y muy, muy trepidante. Así es Los pasajeros del tiempo (Time
after Time, Escape al futuro), un film de ciencia ficción, dirigido por el
especialista Nicholas Meyer (un guionista y director vinculado a la franquicia
Star Trek), y que protagonizaron unos espléndidos Malcom McDowell, David Warner
y Mary Steenburgen.
La película combina dos
clásicos británicos de finales del siglo XIX, uno literario y otro real: La
inmortal novela futurista La máquina del
tiempo de H. G. Wells, y el misterio del asesino más despiadado de su
época, Jack El Destripador. Con estas dos premisas, Meyer elabora una cinta de
aventuras que también homenajea a la clásica película The time Machine (1960), de George Pal, protagonizada por Rod
Taylor e Ivette Mimieux, que en España se tituló El tiempo en sus manos.
EL ARGUMENTO Y LOS PROTAGONISTAS
En el clásico de George Pal, el
viajero del tiempo, también el propio novelista H. G. Wells, se desplaza a un
fututo muy lejano en el que, tas un holocausto nuclear, la humanidad ha
renacido en forma de dos especies, los bellos y pasivos Eloi, que viven en la
bucólica naturaleza de la superficie, y los horrendos y feroces Morlocks, que habitan las cuevas
interiores.
Sin embargo, en esta ocasión,
el viajero Wells se desplaza apenas 90 años, de 1893 a 1971, al moderno San
Francisco, en un momento en que la humanidad, en pleno esplendor tecnológico, está
también amenazada con autodestruirse en una guerra nuclear total.
El comienzo del film es muy
similar a la versión de 1960, con Herbert George Wells (un fenomenal y muy
caracterizado Malcom McDowell), mostrando orgulloso su descubrimiento, la
máquina del tiempo; y aquí se produce el giro argumental, cuando la policía
irrumpe en la casa, buscando al sospechoso de unos horrendos asesinatos de
prostitutas, que tienen atemorizado a todo Londres, y al que se apoda Jack El
Destripador. El criminal resulta ser uno de sus invitados, el médico de la alta
sociedad Leslie John Stevenson, con el que ha estado jugando al ajedrez apenas
unos instantes antes, y que se delata al desparecer de la casa.
Cuando se van los agentes,
Wells desconfía. Leslie se ha mostrado escéptico, aunque interesado en el
funcionamiento de su máquina, así que decide bajar a su laboratorio y… La
máquina ha desparecido, y, cuando regresa del futuro al presente, lo hace vacía.
Wells se siente tan sorprendido
como culpable. “¡He soltado un monstruo en Utopía!”, exclama escandalizado, por
haber llevado el mal a un futuro que imagina pacífico, igualitario y libre de
violencia. Así que, en un arrebato de valentía, decide montar en su máquina del
tiempo, y viajar al futuro en su busca para capturarle.
Cuando llega a 1979, su
antagonista, interpretado por un David Warner excepcional como villano frío y
despiadado (al año siguiente repetiría rol como el pérfido Shark de Tron), le lleva ventaja, y además se
adapta mucho más al terreno que Wells, sorprendido y fascinado por cada
adelanto que ve en la ciudad (los atuendos, los coches, los aviones, las
escaleras mecánicas, etc.).
Sin embargo, ambos tienen una
cosa en común: necesitan dinero de curso legal para moverse en este nuevo mundo
(Leslie lleva un cinturón lleno de valiosas monedas de una guinea), y Herbert
lo poco que ha conseguido en casa, y unas cuantas joyas. Como buenos ingleses,
acuden al único banco británico de la ciudad a cambiar moneda, y la responsable
de esas operaciones es una eficiente funcionaria recién ascendida, la joven e
idealista Amy Robbins (una deliciosa Mary Steenburgen), que conoce a los dos, desconfía de Leslie, pero queda prendada con
el hablar afectado, y el porte elegante y despistado de Herbert Wells.
Ella es la heroína de la peli,
la Weena de este futuro/presente de los setenta, que va a ser su guía, su
confidente, y su interés amoroso. Esta vez, en vez de contra los Morlocks, en la
persecución de Jack El Destripador, que no duda en seguir con sus macabros
crímenes.
Cuando empiezan a aparecer
noticas en los periódicos de asesinatos de prostitutas, y ya desesperado,
Herbert decide acudir a la policía, que, en uno de los momentos más hilarantes
de la película, no le cree, entre otras cosas porque, para darse credibilidad,
se inventa que es detective, y dice llamarse Sherlock Holmes. Por ello, deberá enfrentarse cara a cara y sin ayuda con el asesino.
LA CÁPSULA DEL TIEMPO
Por supuesto, la máquina del
tiempo que vemos está inspirada en la que todos conocemos, más que por la
novela, por la película de 1960, sin embargo, tiene un toque steampunk, porque es cerrada, y tiene
forma de pez, como un “mininautilus”. En vez de una gran rueda, que gira de
forma mecánica, el vehículo tiene una antena para usar energía fotónica. Los
mandos son muy parecidos, y el reloj, aunque es analógico, guarda un parecido
evidente con el del Delorean de Doc en Regreso
al futuro.
Si el George de El tiempo en sus manos accionaba su
máquina con un mando hecho de piedra preciosa, el Herbert de Los pasajeros del tiempo, usa una llave
de metal de color rojo, con la que se quiere hacer el malvado Leslie a toda
costa, para seguir cometiendo crímenes a través del espacio-tiempo.
En una película de paradojas,
aquí tenemos una de las más contradictorias, para una cinta que se sitúa dentro
del canon de la ciencia ficción pura. Como queda claro en la novela, y en el
film de 1960, la máquina puede desplazarse en el tiempo, pero siempre ocupa el
mismo espacio. Entonces, ¿por qué
viajamos del brumoso y húmedo Londres de 1893, al luminoso y cálido San
Francisco de los rascacielos y los centros comerciales, de 1979? La verdad es
que en la película no se aclara mucho, solo se habla del desfase horario en el
reloj de Wells, sin embargo, en la trama, el vehículo aparece en una exposición
retrospectiva sobre los adelantos predichos por el propio H. G. Wells, en las
afueras de la ciudad del Golden Gate, en la que se muestra su máquina del
tiempo. Por lo tanto, podemos deducir que, si un mismo objeto no puede estar en
el mismo momento en dos sitios a la vez, entonces el vehículo se desplazaría
también en el espacio, en una pirueta, aunque verosímil, casi paraciéntífica.
CONCLUSIÓN
Como
hemos comentado, aparte de ser una película de ciencia ficción futurista con
tintes de policíaco clásico, Los
pasajeros del tiempo también es una cinta de acción trepidante, muy dinámica, con toques de
humor, y un final que no desvelaremos, pero es de lo más romántico.
Por cierto, la actriz Mary
Steenburgen, también repetiría como heroína del tiempo en la tercera película
de Regreso al futuro como la novia de
Doc en el lejano oeste. Más que una anécdota, un claro homenaje. Y otro detalle
curioso: al principio de la película, en la exposición, podemos ver brevemente
a un infantilísimo Corey Feldman, que le reprocha a Herbert que se haya metido
en la máquina, cuando en realidad está saliendo de ella.
Por todo
ello, este film se ha convertido en un pequeño clásico, que gusta ver también
por como retrata la vida a finales de los setenta, la moda hippie, la música
disco, el feminismo, el pacifismo, en una sociedad que entonces se consideraba
en la cima del bienestar y la tecnología, y que hoy nos parece lejana (Herbert
se asusta cuando escucha el teléfono, y no sabe lo que es, le aterra pensar que
ha habido dos guerras mundiales y casi están a punto de la tercera). Todo
retratado con un tono vital y optimista muy de la época. Una delicia.
Ochenters,
cualquier tiempo pasado fue mejor… mejor dicho, aquel tiempo pasado, fue mejor.
Quién pudiera viajar como Herbert George o Kirk y Spok, a los setenta u
ochenta. Puede que nos quedáramos allí.
Por Víctor Sánchez González