En contrapartida a la versión
que reflejó John Wayne en “Boinas verdes” (1968), Oliver Stone
se propuso dar una versión más real y cruda de la guerra de
Vietnam, en la cual el director y guionista sí estuvo. Se trata de
un proyecto valiente teniendo en cuenta que cuando se estrenó (1986)
ya se habían llevado a cabo dos películas sobre dicha guerra y que
gozaban del beneplácito de público y crítica. “Apocalypse now”
de Coppola y “El cazador” de Michael Cimino se presentaban como
las versiones definitivas sobre una guerra que siempre ha obsesionado
a la sociedad norteamericana por los años que duró, los soldados
americanos que murieron (58.000) y la aparente inutilidad del
conflicto.
Oliver Stone inicia su
trilogía sobre Vietnam con esta película, a la que seguirán
“Nacido el 4 de Julio” (1989) y “El cielo y la tierra”
(1993). No solo hace alusión a los jóvenes estadounidenses sin
futuro que acuden a la muerte, sino a la cantidad de víctimas
civiles que en toda guerra mueren sin sentido y, muchas veces, desde
el crimen de guerra. Hay que tener en cuenta que murieron 58.000
americanos, pero que también lo hicieron más de un millón de
vietnamitas. Stone refleja la crueldad de la guerra y convierte una
película bélica en un panfleto pacifista, usando la que se
considera la peor derrota de EEUU en una guerra. Hay un momento de la
película donde un personaje le dice a otro que van a perder la
guerra, y éste le responde con incredulidad. La superioridad
militar de EEUU era innegable, y todos pensaban que vencerían, sin
embargo la historia se escribe sola. Esta ingenuidad inicial del
novato que no conoce y supone y llena de prejuicios su mente ante la
idea de ser un héroe que luchará por su país es parte del mensaje
de esta película y se resume fácilmente con el fragmento de biblia
con el que se inicia el filme y que pertenece al libro de
Eclesiastés: “Regocijaos jóvenes en vuestra juventud…”
El joven idealista que llega a
Vietnam con el ímpetu de la inconsciencia que brinda dicha juventud
es Charlie Sheen interpretando a Chris, un joven universitario que se
alistó de forma voluntaria y que formará parte del pelotón
(Platoon) protagonista de la película. Es un guiño del destino que
su padre protagonizara la otra gran película bélica basada en
Vietnam. Los novatos llegan y lo que reciben es un golpe de realidad
en forma de bolsas de basura con cuerpos de compañeros. Eso es
Vietnam y el director nos lo muestra desde el minuto uno.
La película no solo defiende
la paz ofreciendo el horror de la guerra, consigue también
desarrollar escenas de acción de un alto grado de suspense y
tensión, logrando que no despeguemos la mirada para intuir en esa
noche cerrada en la selva, cuándo aparecerá el enemigo para
dispararte desde cualquier flanco. Es una combinación perfecta de
ritmo donde se mezclan notables escenas de acción con los magníficos
diálogos entre reclutas, los cuales no dejan de ser inteligentes
reflexiones sobre la realidad social de los EEUU de los años 60.
Oliver Stone, como guionista, plantea en varios momentos de la
película la injustica social de los sectores más pobres del país,
el “no future” de los jóvenes perdidos en esa desigualdad
socio-económica, el machismo e incluso el racismo y clasismo
imperante hacia los negros; como si de un espejo se tratase, la
realidad del país se refleja en un conjunto de muchachos en una
guerra. Incluso el inicio de las drogas en la sociedad norteamericana
tiene presencia en gran parte de la película. Un fragmento de la
voz en off de Chris resume perfectamente lo expuesto.
“Pues aquí estoy,
anónimo. Con chicos que a nadie importan un carajo. Vienen de
ninguna parte muchos de ellos. Ciudades pequeñas de las que nunca
has oído hablar. Pulaski, Tennessee, Brandon, Mississippi, Pork
Van, Utah;, Wampum, Pennsylvania. Dos años en el instituto, como
mucho. Con suerte, a la vuelta les espera algún trabajo en fábricas,
pero la mayoría de ellos no tienen nada. Son los pobres, los
marginados, sin embargo luchan por nuestra sociedad y nuestra
libertad. Extraño ¿no es cierto? Son chusma, y lo saben. Tal vez
por eso se llaman a sí mismos ‘Grunts’ (carne de cañón),
porque pueden soportarlo todo. Son los mejores que he visto, abuela.
Son el corazón y el alma de América.”
Pero la película es mucho
más. El recluta es un lienzo en blanco sobre el que pintar un
cuadro. Hay dos oficiales que representan la lucha del bien contra el
mal. Y esto es el leit motiv de la película, saber si el joven
recluta tenderá a “el mal” o a “el bien”. Prácticamente
todos los personajes de la película son ambiguos excepto tres. Estos
dos oficiales están brillantemente interpretados por Willem Dafoe
(Elias) y Tom Berenguer (Barnes). Chris (Sheen) se encuentra con
estas fuertes influencias que determinaran todo su recorrido a lo
largo de la película. Pero Chris no es el tercer personaje que
representa valores absolutos. Está claro que Elias representa el
bien, Barnes el mal, pero hay un tercer recluta que representa
exactamente en lo que Chris puede llegar a convertirse si sigue
incondicionalmente a Barnes. El tercer “absoluto” es un apóstol
del oficial Barnes, y es interpretado por Kevin Dillon (Bunny). Hay
un momento especialmente dramático donde Chris está a punto de ser
absorbido por Barnes y su discípulo Bunny. Y en eso consiste gran
parte del fondo dramático de la película. En conocer el destino del
recluta Chris. La voz en off de Charlie Sheen ayuda a entender la
perspectiva desde la que mira y siente el protagonista.
Es evidente que la película
tiene un reparto amplio donde destacan apariciones como Forest
Whitaker, Johnny Deep, John C. McGinley,… pero el triángulo
interpretativo que sustenta toda la película está centrado en Tom
Berenguer, Willem Dafoe y Charlie Sheen. Elías representa el
sacrificio del mártir para que todas las almas se salven de la
condena, el profeta que te guía hacia la virtud en un infierno de
sangre, violencia y decadencia. Y Barnes representa toda la fealdad
del ser humano, los instintos sin censura, la violencia, la falta de
empatía e incluso la autodestrucción. Una cicatriz cruza la cara
del oficial como carreteras en un campo de trigo, mientras sus ojos
incendiados por el fuego de la muerte se iluminan rojos como el
infierno. Esta sería la mejor forma que tengo de describir a un
personaje que, por lo verdadero que resulta, se convierte en un
terrorífico demonio que todos temeríamos tener cerca. A Barnes
parece que tampoco le queda hogar al que volver, como Chris confiesa
en un momento dado. Ese sería un punto en común para los dos
personajes, no tienen un puerto en el que atracar el barco y siguen
navegando hasta naufragar.
La película es espléndida y
tiene momentos realmente duros donde se levantan todas las cartas y
entiendes cual es la realidad que ocupan cada uno de los componentes
del pelotón en Vietnam. Oliver Stone critica con el desproporcionado
asalto a un poblado de campesinos vietnamitas, hasta qué punto el
miedo puede conducir a la violencia, la injusticia, la crueldad, la
carencia de empatía, incluso hasta la conversión de hombres en
monstruos. Los crímenes contra la humanidad que se producen en todas
las guerras quedan grabadas a fuego con las imágenes que Stone logra
introducirnos en la mente a través de la inhumanidad de Barnes y
Bunny, sobre todo. Esa vorágine de violencia acaba contagiando a
todos, incluido Chris que está a punto de sucumbir y caer al pozo.
Esa peligrosa inercia acaba
con el sacrificio de Elías, el cual inocula luz en el corazón del
joven soldado. En una escena bellísima con el imprescindible Adagio
para cuerdas (adagio for strings) de Samuel Barber, Elías levanta
sus brazos al cielo como si guiara el camino que su alma vejada debe
seguir. Esta escena serviría, a la postre, como portada del filme y
representa el sacrificio que sirve a Chris para desmarcarse de Barnes
y elegir un camino definitivo.
Una película bélica donde
hay drama (ataque al poblado), denuncia social, suspense (muerte de
Elías), acción, intriga (posible consejo a Barnes), buenas
interpretaciones, una gran dirección, buena fotografía y una música
conmovedoramente delicada. Una joya que cada año envejece mejor y
que se convierte en imprescindible
Termino mi crítica con las
últimas palabras del joven soldado Chris (Charlie Sheen) y que creo
que resumen el devenir de un Ulises en busca de su hogar, cansado de
muerte y oscuridad y que busca la luz, la virtud y el compromiso de
que lo vivido no vuelva a sucederle a nadie más. Mientras el
helicóptero inicia el vuelo se contemplan cientos de muertos
plagando la tierra y Chris inicia su discurso final.
“Cuando pienso en lo que
pasó allí, creo que no luchábamos contra el enemigo. Luchábamos
contra nosotros mismos. El enemigo estaba dentro de nosotros. Ahora
la guerra ha terminado para mí pero siempre formará parte de mi
vida. Estoy seguro de que Elías estará luchando con Barnes por lo
que Rhah llamaba la posesión del alma. Hay momentos en los que me
siento como un niño que tuviera dos padres, pero sea como sea,
nosotros, los que sobrevivimos, tenemos un deber a cumplir: enseñar
a los que vengan detrás lo que sabemos e intentar el resto de
nuestra vida encontrar la virtud y perfeccionarnos.”
By moanbe ;-)
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3 comentarios:
Una gran crítica y muy interesantes tus reflexiones. Gracias por este artículo. A seguir disfrutando del buen cine.
Gracias. Mientras haya lectores habrá reflexión. (moanbe)
Mientras haya lectores, existirá la reflexión. (moanbe)
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