Presentación

Amantes de mundos fantásticos, bisoños aventureros en busca de tesoros, criaturas de la noche, princesas estudiantiles y fanáticos de cachas de postín, ¡sed bienvenidos!. Invitados quedáis a rebuscar en nuestra colección de VHS, acomodar vuestras posaderas en una mullida butaca, darle al play, y disfrutar de lo bueno, lo malo y lo peor que dieron estas décadas.

ADVERTENCIA: Aquí no se escribe crítica cinematográfica (ni se pretende). Las reseñas son altamente subjetivas y el único objetivo es aprender y disfrutar del cine y, por supuesto, de vosotros.
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El final de la cuenta atrás (The final countdown, 1980)


Ochenters, vamos a comentar una pequeña joya del principio de la década, que mezcla fantasía y ciencia ficción con cine bélico-histórico, y todo ello en medio de una paradoja espaciotemporal. Hablamos de “El final de la cuenta atrás”, de 1980, dirigida por Don Taylor, y producida y protagonizada por Kirk Douglas, junto a estrellas del momento como Katherine Ross, Martin Sheen, James Farentino o Charles Durning.
        
EL ARGUMENTO Y LOS PERSONAJES
         “El final de la cuenta atrás” se ambienta en el momento presente, primavera de 1980. El superportaaviones “USS Nimitz” parte de su base en Pear Habour, Hawaii, junto con su grupo de navíos de escolta, al mando del veterano capitán Matthew Yelland (un espléndido, como siempre, Kirk Douglas, que combina la seriedad y el rigor de un capitán de barco, con su habitual campechanía y sentido del humor).
Todo es como en cualquier otra misión rutinaria salvo que a bordo viaja un observador civil enviado por el gobierno, Warren Lasky (interpretado por Martin Sheen, entonces en la cima de su carrera tras haber protagonizado “Malas tierras” y “Apocalipse Now”). A Lasky le asignan un camarote contiguo al del comandante Dick Owens (el televisivo James Farentino, al que recordamos por la serie “El Trueno Azul”), piloto de combate e historiador de guerra obsesionado con el ataque a Pearl Harbour de junio de 1941, del que almacena abundante documentación.

Cuando la flotilla se encuentra en alta mar, el meteorólogo del barco, al que el capitán apoda de forma jocosa “Nube Negra”, advierte de una rápida, violenta e inesperada tormenta que se dirige directamente hacia ellos. Sin tiempo casi para reaccionar, Yelland ordena al resto de la flota que se aleje de la tormenta, mientras el portaaviones, más pesado y difícil de maniobrar, mantiene proa a la misma para enfrentarla. La tormenta es un fenómeno extraño, un gigantesco vórtice de color azul verdoso que engulle al navío en medio de un ruido infernal. 
Cuando termina, el día vuelve a ser soleado y con el mar en calma. Como no hay señales de la flotilla, el capitán ordena salir a los aviones en su búsqueda. En la patrulla, dos cazabombarderos F-14 Tomcat, informan por radio de un encuentro inesperado: una pareja de aviones de otra época, en concreto del modelo Mitsubishi A6M, apodado “Zero”, el emblemático caza japonés de la Segunda Guerra Mundial, “y parecen nuevecitos”, comenta el piloto sorprendido, “con todos los emblemas e insignias”. 
Los Tomcats reciben la orden de seguir a los cazas, que, al avistar un yate de recreo con bandera estadounidense, le atacan para hundirlo. Sorprendidos, los pilotos piden permiso para interceptar a los cazas japoneses, y los abaten sin dificultad. Uno explota completamente, pero del segundo consigue salvarse el piloto. Los helicópteros de rescate del portaaviones van a buscarlo, y también a los supervivientes del barco.
Del yate consiguen salvar a un hombre de mediana edad, una mujer joven y un perro, que rescata el comandante Owens lanzándose al agua. El hombre se identifica como el Senador Samuel Chapman (Carles Durning, en uno de sus clásicos roles secundarios), al que acompaña su secretaria Laurel Scott (la estrella de los setenta Katharine Ross, a la que antes vimos en “Dos hombres y un destino” o “El viaje de los malditos”, y que, casi de inmediato se va a convertir en el interés amoroso del personaje de James Farentino).
Ambos náufragos se muestran sorprendidos por lo que ven y escuchan al ser rescatados. “¿Qué tipo de aparato es este?”, pregunta Chapman cuando le suben al helicóptero, “¿Cómo un portaaviones va a llevar el nombre de un almirante en activo?”. Por su parte, el piloto japonés (interpretado por Soon-Tek Oh), perfectamente pertrechado, se niega a hablar y es tratado como un prisionero, tanto que incluso intenta escapar tomando a Laurel como rehén y termina abatido.
Tras evaluar la situación, el capitán Yelland hace un aparte con Lasky, Owens, y otros oficiales, y llegan a una misma conclusión: por alguna razón desconocida, la extraña tormenta ha trasladado al portaaviones al pasado en el tiempo, en concreto a la víspera del 6 de diciembre de 1941, del ataque japonés a Pearl Harbour, que desencadenaría la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Para confirmarlo, un avión de reconocimiento localiza a la flota japonesa, que coincide con la que el comandante Owens guarda en su archivo.
Ante esta situación, el capitán se encuentra ante un dilema, una disyuntiva: destruir la formidable flota japonesa y sus cientos de aviones (algo factible con la capacidad de un solo portaaviones moderno y su potente y sofisticado armamento), lo que salvaría miles de vidas, pero cambiaría para siempre la historia, o permanecer quieto sin hacer nada y dejar que los acontecimientos sigan su curso sin intervenir para no modificarlos. Todo un dilema y una paradoja espaciotemporal. 


LOS AVIONES COMO PROTAGONISTAS
         La película contó con el apoyo total de la marina estadounidense, que cedió para el rodaje el propio portaaviones Nimitz, y los escenarios originales de las bases de Pearl Harbour o Norfolk.
En la película se mostraron casi por primera vez en acción los recién estrenados cazabombarderos estrella de la NAVY, los por entonces modernos y futuristas F-14 Tomcat (en ese aspecto se adelantó a títulos icónicos de los 80 como “Top Gun”). Estos cazas eran la “joya de la corona” del ala embarcada de Estados Unidos, y lo fueron hasta la llegada de los F-18 Hornet una década después.
Los aviones aparecen despegando, repostando en vuelo, y, por supuesto, en combate, aunque fuera contra aviones de época. Por cierto, los Zero japoneses que se utilizaron para la película son las mismas réplicas construidas para el clásico de 1971 “Tora, Tora Tora”, la película histórica sobre el ataque a Pearl Harbour que hicieron a medias EE. UU. y Japón y que dirigieron Richard Fleischer, Kinji Fukasaku y Toshio Masuda.
         También se muestran el resto de aeronaves del portaaviones, los cazas RF-8 Crusader, los bombarderos ligeros A-6 Intruder, el avión de reconocimiento E-2 Hawkeye, o el helicóptero de rescate Sea King.


UBICACIÓN DENTRO DEL CINE DE VIAJES EN EL TIEMPO     
         Aparte del componente de aventura bélica, la película se sitúa dentro del cine de ciencia ficción, subgénero viajes en el tiempo, deudora de los clásicos de la literatura del siglo XIX y XX, en especial de la novela de H. G. Wells “La máquina del tiempo”, y su deliciosa versión cinematográfica de 1960, dirigida por George Pal, y protagonizada por Rod Taylor e Yvette Mimieux, que aquí se tituló “El tiempo en sus manos”.
         Al contrario que en ella, y que en la mayoría de títulos (el ejemplo más claro es su emblemática versión ochenter  “Regreso al futuro” o “Terminator”), en este caso el viaje en el tiempo no se produce de forma consciente y deliberada gracias a un ingenio inventado por el hombre, ya sea “máquina” o Delorean, sino por un acontecimiento ajeno y aleatorio, un fenómeno atmosférico, incluso cósmico, un vórtice temporal, un “agujero de gusano”, que lo acercaría más a títulos como “2001, una odisea en el espacio” o la posterior “Stargate” (aunque, en este caso, sin que los viajeros tengan control alguno sobre su destino).


CONCLUSIÓN
“El final de la cuenta atrás” fue la última película de Bryna, la productora de Kirk Douglas, que ya por entonces era todo un veterano con más de cuatro décadas delante de las cámaras, y aún seguiría sobre el escenario dos décadas más. De hecho aún tenemos la suerte de contar con él, ya superados los cien años de edad.  
El film tuvo una buena acogida tanto de crítica como de público, y hoy es un pequeño clásico, tanto del cine bélico y de aventuras como del de ciencia ficción. Para los que la vimos en el cine de estreno, es un gusto revisionarla siempre que la reponen en televisión. Tiene ritmo, un buen argumento y una fotografía espectacular tanto de paisajes como de escenas aéreas y de acción.

Por Víctor Sánchez González




El viento y el león (The wind and the lion, John Milius, 1975)


Ochenters, os traemos el comentario de todo un clásico del cine de aventuras, El viento y el león, con el que iniciamos una serie dedicada al maestro John Milius en la que también comentaremos su clásico ochenter Amanecer Rojo.
La película está protagonizada por Sean Connery y Candice Bergen, en los papeles principales, acompañados, entre otros, por Brian Keith y John Huston.

AMBIENTACIÓN HISTÓRICA
         La película se basa en un incidente que ocurrió en realidad, el secuestro del comerciante norteamericano de origen griego Ion Hanford Perdicaris y su hijo, en mayo de 1904, por parte del líder rebelde Mulei Ahmed al-Raisuli, un personaje singular, mitad bandido, mitad líder carismático, y aspirante al trono de Marruecos. En el incidente tuvo que intervenir el propio presidente Theodore Roosevelt, en plena campaña de reelección (como se refleja en la película). 
       El pesidente mandó una escuadra de buques a las costas marroquíes para forzar al sultán a que pagara el rescate de 70.000 dólares bajo la proclama “Perdicaris vivo o Raisuli muerto”. Al final el sultán accedió, y El Raisuli fue recompensado, pero pronto cayó en desgracia y volvió a las montañas. Hubo un momento en que El Raisuli hostigaba a los franceses en el sur y Ab-El-Krim a los españoles en el norte.
Este suceso que inspira la trama, conocido como el incidente Perdicaris,  fue recogido por la historiadora  Barbara Tuchman en un artículo de la revista American Heritage, y relatado también en el libro de Rosita Forbes, The sultan of the mountains; the life story of Raisuli, escrito en 1924.
Para la película, y en un alarde de ingenio y habilidad, John Milius sustituyo la insulsa figura del maduro comerciante, por la atractiva Eden Perdicaris, interpretada por la bellísima Candice Bergen, lo que añadía además, una tensión sexual permanente con el personaje de El Raisuli (Sean Connery en uno de sus mejores personajes).
         Cineasta antes que historiador, Milius se tomó todavía más licencias a la hora de contar la historia. Por ejemplo, añadió de su cosecha la marcha en perfecta formación, y entrada triunfal a tiro limpio, de una escuadra de marines en el palacio del sultán, una secuencia espectacular desde el punto de vista cinematográfico, sin duda, aunque, en la realidad, desembarcaron un número muy pequeño de marines, provistos de armas cortas, y solo para proteger el consulado estadounidense. También incluyó la presencia de tropas alemanas del Kaiser en territorio de Marruecos, cosa que no sucedió y carece de rigor histórico.
Lo que si queda retratado con bastante fidelidad es la personalidad y carisma del líder tribal El Raisuli, si bien su aspecto real difería un poco del de  Connery, algo, por otra parte, habitual en Hollywood.
También se refleja con precisión cómo el continente africano, en plena era colonial, era una tarta que se intentaban repartir las viejas potencias europeas, franceses, ingleses, belgas, alemanes, mientras potencias emergentes como EE. UU., o Japón eran “convidados de piedra”.
         Además de rezumar toda la esencia del cine de Milius, El viento y el león también recoge el legado de la gran novela de aventuras de Verne o Kipling, y de clásicos del celuloide como Gunga Din, Las cuatro plumas, o La fortaleza escondida de Kurosawa.

RODADA EN ESPAÑA
         Milius quiso dotar a la película del ambiente de grandiosidad y orientalismo de clásicos como Lawrence de Arabia o El Cid. Por ello eligió los escenarios de Almería, Sevilla y Madrid, para rodar la mayor parte del film (como haría posteriormente para su epopeya épica Conan el Bárbaro, en 1980, rodada íntegramente en España). También se desplazó a Tanger y Fez para rodar las espectaculares escenas de desierto y playa, aunque la mayor parte del equipo y los extras siguieron siendo españoles. Por cierto, el grupo de marines que asalta el palacio son en su mayoría soldados españoles de reemplazo, y, curiosamente, las escenas en las que el presidente Roosevelt (un excelente y muy bien caracterizado Brian Keith), aparece cazando en Yellowstone, se rodaron en la sierra de Madrid.

LOS PROTAGONISTAS
         Para los personajes principales de la película, Milius, pensó, en un primer momento, en Omar Sharif como Raisuli y Faye Dunaway como Eden Perdicaris, pero el actor egipcio no aceptó, y Dunaway estaba enferma. Pensó entonces en Anthony Quinn, que sin duda hubiera bordado el papel, pero al final recayó en un espléndido Sean Connery, sin duda en una de sus mejores interpretaciones.  Milius, reconoció que había escrito el personaje de Eden pensando en Julie Christie (reviviendo así la pareja Sharif-Christie de Doctor Zivago), sin embargo, Candice Bergen lo encarna a la perfección con esa sutil mezcla de sensibilidad y firmeza que aporta al personaje.
         Milius también quiso contar con Orson Welles, que interpretaría al mismísimo Charles Foster Kane, de Ciudadano Kane, pero el personaje ficticio era propiedad de la RKO y no pudo usarse, por lo que la cosa se diluyó, y se conformó con apareciera el personaje real que lo inspiró, William Randolph Hearst, queriendo influir en el presidente Roosevelt (Brian Keith). También podemos ver al director John Huston, en su faceta de actor, como uno de los colaboradores del presidente, el secretario de estado, John Hay. Incluso aparece en un cameo el propio John Milius, conocido aficionado a las armas, como un oficial alemán que muestra al sultán de Marruecos el funcionamiento de la ametralladora Maxim. Y, como curiosidad, el capitán del pelotón de marines es Steve Kanaly, que luego se haría famoso en televisión como el capataz del rancho de los Ewing en Dallas.  


CONCLUSIÓN
         La película tuvo una excelente acogida de crítica y público, y hasta fue alabada por el entonces presidente de EE. UU., Gerald Ford. Obtuvo dos nominaciones a los Óscar, una de ellas por la excelente banda sonora de Gerry Goldsmith (inspirada claramente en la partitura de Maurice Jarre para Lawrence de Arabia), pero aquel año competía con la imbatible y mítica Tiburón de John Williams, que se llevó la estatuilla.
Hoy en día,  El viento y el león está considerada todo un clásico, y uno de los films emblemáticos de su director, el gran John Milius.

Por Víctor Sánchez González

Próximamente AMANECER ROJO (1984)







El año que vivimos peligrosamente (A Year of Living Dangerously, Peter Weir, 1982)



El año que vivimos peligrosamente es una intriga romático-periodística de ambientación histórica dirigida en 1982 por el australiano Peter Weir (Único testigo, El club de los poetas muertos, El show de Truman), y protagonizada por su actor fetiche de entonces, un joven Mel Gibson con el que acababa de hacer Gallipoli, la siempre espléndida Sigouney Weaver, convertida en estrella poco antes gracias a Alien, y una sorprendente Linda Hunt, que se alzó con el Óscar a mejor actriz de reparto por su papel en esta película.

AMBIENTACIÓN HISTÓRICA

         La película está ambientada en la convulsa Indonesia de 1965, con el primer mundo inmerso en la Guerra Fría, y el Tercer Mundo en pleno proceso de descolonización, con protagonistas como Sedar Shengor en Senegal, Patrice Lumunba en el Congo, Gandhi o Nerhu en India, Nasser en Egipto, o Ho Chi Mihn en Indochina. Algunos, verdaderos líderes carismáticos, y otros, despiadados dictadores, como el indonesio Sukarno, que, sin embargo, gozaba de cierta popularidad tanto dentro como fuera de su país, sobre todo por auspiciar, junto con Nerhu y Nasser, el conocido como Movimiento de Países no Alineados (alternativa al eje Oriente-Occidente, Estados Unidos-URSS), en torno a la Conferencia de Bandung, y al que luego se unirían en la de Belgrado países como Yugoslavia y Cuba.
         Sin embargo, la situación interna en Indonesia  en 1965 es un polvorín político y social. Yakarta es una ciudad superpoblada, llena de suburbios en los que imperan la pobreza, el hambre, y las enfermedades, mientras el dictador Sukarno dirige el país con mano de hierro desde su lujoso palacio. Y todo eso se refleja de forma cruda y descarnada en la película.
LA TRAMA Y LOS PROTAGONISTAS
         Mel Gibson es Guy Hamilton, un joven periodista de la agencia oficial de noticias australiana, al que le han dado su primera oportunidad de cubrir una gran historia como corresponsal en Yakarta. Al principio está perdido, y tiene que apoyarse en colaboradores locales.
         Entonces, de forma casual, en una manifestación del partido comunista indonesio contra la embajada americana, conoce a Billy Kwan, un pequeño pero sagaz reportero gráfico de origen chino, papel que recayó en una espléndida Linda Hunt (que se cortó y tiñó el pelo para el papel). Billy es un personaje peculiar, que se las sabe todas, conoce Yakarta como la palma de su mano, y decide ayudar a Hamilton porque, desde el principio, le idealiza como el periodista honesto e íntegro que por fin va a contar al mundo la verdad sobre lo que sucede en el país. Gracias a Billy, Guy consigue entrevistar a los líderes del país, y enviar a Sidney excelentes artículos y crónicas radiofónicas.


         A través de Kwan, Hamilton conoce también a Jill Bryant (Sigourney Weaver), una bella y sofisticada funcionaria de la embajada británica en Yakarta. Entre ellos surge el flechazo de inmediato, y comienzan un tórrido romance tras quedar atrapados en el coche por una tormenta del monzón.

         Todo parece ir bien para los tres, pero la situación política se complica en el país, y en cualquier momento puede haber un golpe de estado auspiciado por distintas facciones. Guy va detrás de la noticia, y Jill, en un descuido y confiada en su discreción, es la que le pone sobre la pista, mientras le confiesa que, en realidad, pertenece al servicio secreto británico. Él da la noticia sin nombrarla, pero ella queda comprometida como posible fuente. Esto hace que ambos se distancien, y que Billy pierda la confianza en él. Así, en medio del caos que vive el país, y el calor bochornoso del trópico, los tres van a sufrir su particular bajada a los infiernos. 
UN RODAJE ACCIDENTADO
La película es la adaptación de la novela del mismo título de 1978 de Christopher Koch, al que se le encargó inicialmente el guión, pero Peter Weir no estaba satisfecho con lo que el escritor le enviaba, y decidió reeescribirlo él junto con David Williamson. En palabras de Koch, el resultado fue al cincuenta por ciento de ambos guiones.
         Para el rodaje se solicitaron los escenarios originales en Yakarta, pero cuando todo parecía hecho, las autoridades indonesias no concedieron el permiso, y el equipo se tuvo que trasladar a Filipinas. Una vez allí surgió otro contratiempo, ya que la producción, y el propio Mel Gibson, sufrieron amenazas de los grupos terroristas locales, por lo que, finalmente, se filmó en Australia.
Sin embargo, la ambientación es uno de los puntos fuertes de la película. En ella se refleja tanto la situación sociopolítica del país, como el trabajo periodístico de los corresponsales en conflictos internacionales, tipos que están “de vuelta de todo”, un punto cínicos, descreídos, y aficionados a la bebida.
Otro de los puntos fuertes del film es la excelente banda sonora, del especialista Maurice Jarre, y que incluye el emblemático tema "L'Enfant", de Vangelis, con el que todos la asociamos.



CONCLUSIÓN
         El año que vivimos peligrosamente es toda una joya del cine ochenter, una intriga periodística con toque romántico y una espléndida ambientación histórica. Desde @CineDeLos80 os animamos a revisionarla. Como anécdota, os diremos que, en su estreno, nadie nos percatamos de que Billy Kwan era Linda Hunt. Lo supimos después, y a los que todavía no la asociéis, recordad a la deliciosa y enérgica directora del colegio de Astoria donde dio clase nuestro poli de guardería Arnold Schwarzenegger. 

Por VICTOR SANCHEZ GONZALEZ 








La Misión (1986, Roland Joffé) The Mission




CRÍTICA

Introducción

La caridad es sufrida, es benigna, no se pavonea, no se infla; y siendo la fe, la esperanza y la caridad virtudes esenciales, la caridad es la más grande de ellas. Esta película trata de la caridad, pero también de la redención, el perdón, la culpabilidad y el sacrificio. Y mientras los personajes interpretan, a la perfección, lo acontecido en una época distante en el tiempo, la música nos acerca a sentir y empatizar con el valor del sacrificio y el honor. La grandiosidad del escenario natural que lo enmarca muta pronto de paraíso a infierno, y esto ya se deja ver desde el principio cuando la tribu de los Guaraníes (s. XVIII) sacrifica al misionero que intentaba la evangelización de dicho pueblo. Un hombre con el torso desnudo, como Jesús, es atado a una cruz de madera y arrojado al agua de un río de corriente plácida y constante. El madero avanza cada metro aumentado la velocidad hasta llegar a un abismo de agua y rocas donde cae causando la muerte al mártir. La siguiente escena es la presentación del padre Gabriel (Jeremy Irons), encargado de retomar la evangelización donde la dejó el anterior jesuita. Y es ahí donde empiezan a sonar las maravillosas notas de la música, compuesta por Ennio Morricone, que nos acompañara durante toda la película y que puede considerarse una de las mejores bandas sonoras de la historia del cine.
Esta película ganó la “Palma de oro de Cannes” de 1986, premiando la labor realizada, llevada a cabo por la conjunción de un equipo antiguo (que ya había trabajado conjuntamente en la película “Los gritos del silencio”), formada por el director Roland Joffé, el productor David Putnam y el director de fotografía Chris Menges, y nuevos elementos que engrandecieron a dicho equipo como el maestro Ennio Morricone y el guionista Robert Bolt. Los premios como el Oscar a mejor fotografía, el Globo de Oro al magnífico y documentado guión original y también Globo de Oro a la insuperable banda sonora, se me antojan totalmente insuficientes ante la magnitud de la obra que estamos revisitando.


Producción

Para entender, desde el punto de vista de la producción, la dificultad en el rodaje de esta película, hay que destacar el trabajo que supuso el uso de grupos indígenas, para nada aculturados plenamente, en el desarrollo artístico de la misma. Tanto producción como el director Roland Joffé, tenían en mente realizar el trabajo lo más realista posible, lo que les empujaba a trabajar con indígenas reales. Pero había un problema con los Guaraníes ya que, como muchas otras naciones nativas habían desaparecido culturalmente por la marginalidad y la imposición forzada de la cultura occidental moderna. Los Guaraníes era una población afectada por la marginalidad, el alcohol y la pobreza. Entendieron que tenían que buscar otro pueblo que “interpretara” a los Guaraníes del s.XVIII. El grupo elegido fue los Waunanas. Era una empresa complicada ya que los Waunanas eran un grupo arraigado a sus pueblos rivereños donde desarrollaban un comercio de río esencial para su subsistencia. La región colombiana donde habitaban era Chocó, en el río San Juan. Como decía estaban parcialmente aculturados pero mantenían una estructura política, social y cultural arraigada durante siglos. Para ello se reunieron con 10 notables del pueblo de los Waunana en Cartagena de Indias. Primero tuvieron que convencerlos de que no los estaban engañando para comérselos; esto define bien la dificultad que entrañaría la labor de explicar, contratos, trabajo, salarios y demás. 4 pueblos enteros (287 indígenas) fueron los trasladados, tras el acuerdo, a cientos de kilómetros. El nuevo asentamiento sería en el Río Don Diego, muy cerca del rodaje y con las características esenciales para que la vida de la comunidad se viera lo menos alterada posible. Un río, comercio y casas construidas con el asesoramiento de antropólogos para que el lugar se asimilara a la tierra dejada. Se consultó con antropólogos si la comunidad científica estaría de acuerdo con el traslado. Producción recabó que las opiniones eran del 50% en contra. La mitad de los antropólogos estaba en contra del traslado, influencia y contaminación cultural sobre los Waunana; la otra mitad entendía que dicha aculturación era ya inevitable, en el caso de este pueblo, y que esto supondría una transición dulce ya que recibirían pagos que beneficiarían a la comunidad. En cualquier caso el esfuerzo porque los indígenas fueran bien tratados, el asesoramiento científico y las buenas intenciones estaban directamente influenciadas por los trágicos sucesos acaecidos en el rodaje de otra película llamada “Fitzcarraldo” (1982) donde los derechos de los extras y trabajadores nativos brillaron por su ausencia.
A todo esto se sumó la dificultad del idioma, ya que muchos no hablaban ni siquiera español, mucho menos inglés. Cada escena requería de la traducción perdiendo la frescura a la hora de expresar, por parte del director, cualquier cambio u orden en el mismo momento. Los “acting coach” apoyaron en todo momento el trabajo de Roland Joffé.
Ya instalados en el nuevo asentamiento, los Waunana eligieron un gobernador, un secretario y 16 alguaciles conformando su estructura política tradicional. A partir de ese momento se iniciaría el rodaje.




Ambientación

La documentación de la película es inmejorable y está ambientada a mediados del s. XVIII, ubicada en la frontera hispano portuguesa existente en gran parte de la Sudamérica colonizada, más concretamente en la región habitada por los pueblos Guaraníes; se nos presenta un mundo donde, a pesar de que la esclavitud ya era ilegal para el Reino de España, tanto españoles como portugueses practicaban esta vil caza. La Misión jesuita de San Carlos, ubicación protagonista de la película, fue reconstruida con elementos naturales a imagen y semejanza de su homónima en la historia. Los jesuitas, que evangelizaban a dichos pueblos indígenas, se oponían a la caza que esclavistas llevaban a cabo en las inmediaciones de sus misiones. La búsqueda del ideal de comunidad basada en un cristianismo original, suponía una práctica incómoda para ciertos sectores del poder eclesiático, que veían reminiscencias de una concepción más cercana al concepto de utopía de Tomás Moro, que al dogma católico. Pero todo es muy ambiguo y el poder y posesiones de los jesuitas también eran grandes, existiendo un gran interés económico en las tierras de los Guaraníes. El caso es que, fuese de buena o mala fe, los pueblos indígenas sufrieron la imposición de religión, cultura e idioma en el mejor de los casos y de enfermedad, trabajos forzados, esclavitud y muerte en otros (y muchas otras veces de todo a la vez).



En la película se obvia el interés de los jesuitas en las riquezas de la zona en conflicto y se limita a la confrontación entre esclavistas, monarquía portuguesa y altos cargos del Vaticano frente a la orden jesuita, defensora de las misiones con los guaraníes.
La película, sin embargo, representa en la “escena del debate” la cuestión esencial sobre la composición de la naturaleza del indio. Naturaleza animal o espiritual. Desde la conquista hubo grupos civiles y religiosos que defendían que los indígenas descubiertos en América carecían de alma, por lo que eran animales. Otros como Fray Bartolomé de las Casas fue un firme defensor de lo contrario. Por supuesto, que se consideraran animales favorecía el tráfico de esclavos sin el problema de las causas evangelizadoras y la ilegalidad del Reino de España. La cuestión limítrofe de los territorios donde se encontraba la misión de San Carlos era esencial ya que el Reino de Portugal no había prohibido dichas prácticas.

Suena el “Ave María Guaraní” en la voz de un niño indio y el tiempo se paraliza. Cada vez que la música de Ennio Morricone hace acto de presencia, la película crece hasta el infinito, dotando de extrema belleza, lo que ya era excelente por la magnífica labor en la dirección de fotografía de Chris Menges. El cardenal escucha al niño para después pasar a un debate pulcramente detallado por el guionista Robert Bolt, y donde se discute lo que acabo de exponer.
La posición de los jesuitas causaba disensiones entre los diferentes estados y órdenes de la Iglesia, y de las Monarquías absolutistas de la Europa colonizadora. El futuro de la orden jesuita se tornaba oscuro y la película nos sitúa en esa época donde el Reino de Portugal acaba eliminando la orden de los jesuitas en 1759 (El Papa Clemente XIV generalizaría esta disolución en 1773.)

El Regalismo (es un fenómeno del despotismo ilustrado donde el derecho del estado nacional a intervenir, recibir y organizar las rentas de sus iglesias nacionales provocó multitud de desamortizaciones y supresiones)

Y es por este fenómeno por el que las posesiones de los jesuitas suponían un suculento beneficio para dichos estados. La supresión de la orden venía aparejada por la consiguiente desamortización. Las monarquías europeas fueron suprimiendo la orden jesuita paulatinamente y aprovechándose de los beneficios que les suponía el Regalismo. La película nos muestra este marco político complicado pero necesario para entender el papel en el que se encuentran los personajes principales. La sobresaliente documentación de la película hace que sea una obra esencial para amantes de la Historia de la Edad Moderna.





Desarrollo artístico

El casting es inmejorable. Jeremy Irons como el padre Gabriel, Robert De Niro (Rodrigo Mendoza), Aidan Quinn (Felipe Mendoza), Ray MacAnally (cardenal Altamirano), Liam Neeson (Fielding), Cherie Lunghi (Carlota)… Todos están excepcionales, pero los personajes más destacables son el formado por el triángulo de actores que más carga dramática tienen: Jeremy Irons, Robert De Niro y Ray MacAnally.



El padre Gabriel es el guía de la película, incorrompible, fiel a su filosofía de no agresión. Es el personaje que después de saber que su antecesor en la evangelización fuera martirizado hasta la muerte se lanza hacia los Guaraníes armado solo con música para atraerlos a Dios. Representa la pureza y el ejemplo de lo que la película quiere representar con los jesuitas. La escena mítica de Gabriel tocando su oboe, rodeado de selva indómita, rodeado de Edén, mientras los soldados indígenas le rodean y quedan desarmados ante la belleza de la música, es ya un clásico del cine. El evangelizador es la música, es la forma y no el contenido, es la satisfacción inmediata y hedonista que otorga la búsqueda y encuentro de la belleza; y “La misión” usa la música de Ennio Morricone, no solo para explicar la atracción de los indígenas hacia el que evangeliza, sino también para evangelizarnos, alienarnos a nosotros, los espectadores, para que caigamos rendidos bajo la belleza formal de la película.
La actuación de Jeremy Irons es contenida, nada sobreactuada, y certera. Serena elegancia que nos hace creer en el personaje y que nos es representado con la tranquilidad del que no duda, del que potenta la razón y que nadie puede arrebatársela. Su posición es esencialmente espiritual, a diferencia del personaje de Rodrigo Mendoza (Robert De Niro), lleno de contradicción y rabia.



Rodrigo no era jesuita, era un esclavista, un cazador al que la defensa de su honor le parece el valor más importante para conseguir el prestigio que muchos colonos carecían en España. Sufre la evolución del que hace el mal pero que su alma no le perdona y necesita de la muerte para dejar de sufrir o de la resurrección del alma para seguir viviendo. El arrepentimiento, la culpa y el dolor mueven a Rodrigo. El duelo con su propio hermano por una mujer, hace que se hunda en la oscuridad de la depresión. La muerte de quién una vez quiso, no le deja vivir. Y es en esto por lo que la belleza de este personaje cautiva al espectador. Se redime pero necesita de un rescate, de una penitencia. El padre Gabriel es quien le ayuda y le impone que cargue literalmente con el peso de las armas que tanto daño hicieron en su pasado. La violencia es una carga para Rodrigo y la búsqueda del perdón es la meta. No podía ser de otra manera y el perdón solo llega a ser admitido por Rodrigo cuando es perdonado por quién sufrió su propia violencia en el pasado, el pueblo Guaraní.
Rodrigo acepta la visión de Gabriel sobre el mundo pero no dejará de ser nunca un hombre obsesionado por la redención, el honor y la lucha. La interpretación de Robert De Niro está cargada de dramatismo, fuerza y carisma.



Ray MacAnally actúa desde la frialdad que representa el cardenal Altamirano, y su escena más importante es la confrontación dialéctica con el jefe de la tribu y de cómo la violencia acaba imponiéndose sobre un pueblo que pretende ser expulado de sus propias tierras. La labor como narrador del personaje muestra el drama de los acontecimientos desde el prisma del que ya los vivió y nos lo muestra desde la propia experiencia.



Al final solo quedan dos opciones de afrontar el conflicto. Una es la del padre Gabriel que se niega a luchar y que enarbola la opción de la resistencia pacífica; y la otra es la que elige Rodrigo, luchar para recuperar su honor y el de los indígenas a los que tantas veces cazó en el pasado. ¿Qué quieres, una muerte honrosa? Le pregunta Gabriel a Rodrigo. Para Gabriel el amor a Dios está por encima de la materia, y para Rodrigo no.
Finalmente todo: el debate, la lucha de poder, las presiones, la religión, las imposiciones, la esclavitud, las enfermedades, la muerte… son hechos, sucesos y consecuencias directas de la invasión, explotación y expulsión sobre los indígenas americanos.



Una niña se agacha en el río y ve un candelabro de oro que supondría para ella una riqueza directa e inmediata, que representa el símbolo de la evangelización y la religión católica, pero que supone belleza vacía de alma, una belleza fría y muerta, hija directa de la masacre recibida a su pueblo. A su lado un instrumento de música hecho de madera, sin ningún valor material pero que contiene lo que realmente representa a la divinidad. La pobreza y la humildad del sonido, pues no hay riqueza material en la música y sí espiritual, es el valor que nos emociona; la música, llena de vida y magia, llena de virtud sin pecado, cercana al alma, al sentimiento y al amor. La niña se agacha en el río y coge el violín. Coge el cáliz de madera, pobre y humilde de la música, y no el cáliz dorado y repujado de oro que representa el poder y la ambición de la Iglesia y las monarquías europeas que tanto daño hicieron a su pueblo.



Una película donde las interpretaciones, la fotografía, la música, la dirección, la producción, el guión y la adaptación histórica son más que notables. Película imprescindible e inmortal.


By moanbe