Presentación

Amantes de mundos fantásticos, bisoños aventureros en busca de tesoros, criaturas de la noche, princesas estudiantiles y fanáticos de cachas de postín, ¡sed bienvenidos!. Invitados quedáis a rebuscar en nuestra colección de VHS, acomodar vuestras posaderas en una mullida butaca, darle al play, y disfrutar de lo bueno, lo malo y lo peor que dieron estas décadas.

ADVERTENCIA: Aquí no se escribe crítica cinematográfica (ni se pretende). Las reseñas son altamente subjetivas y el único objetivo es aprender y disfrutar del cine y, por supuesto, de vosotros.

Wolfen (1981, Michaell Wadleigh) Lobos Humanos


Cuando escribí el artículo de Un hombre lobo americano en Londres comenzaba diciendo esto:

Al igual que ocurrió con el subgénero vampírico, y tras la edad dorada de las producciones de la Universal, la Hammer y las protagonizadas por nuestro querido Paul Naschy, las películas de licántropos decayeron en una suerte de autoparodia involuntaria causada por una repetición sistemática de clichés que las condenaron a su estancamiento. Pero los años ochenta no sólo supusieron una eclosión de nuevas ideas, sino que se apostó por proyectos muy arriesgados que germinaron en un crisol de híbridos en cuanto al desdibujamiento de las fronteras de géneros. Si a esto le sumamos una mejora radical de los efectos especiales y visuales, nos encontramos frente a una década en la que se revitalizó el género de terror en general y el universo de los vampiros y los hombres lobo en particular.

Si en el mundo de los vampiros nos encontramos con la visión vanguardista de El ansia (1983, Tony Scott), la comedia-terror de Noche de miedo (1985, Tom Holland), los vampiros adolescentes de Jóvenes ocultos (1987, Joel Schumacher) o el western crepuscular de Los viajeros de la noche (1987, Kathryn Bigelow), en el caso de nuestros amigos los licántropos hay tres películas fundacionales que rompieron ese anquilosamiento propio de décadas anteriores, y todas ellas se estrenaron en 1981: Aullidos (Joe Dante), Lobos humanos (Michael Badleigh) y Un hombre lobo americano en Londres (John Landis) – En compañía de lobos (1984, Neil Jordan) es otro título muy reivindicable por su universo onírico y exploración de ese mal seminal escondido en los cuentos clásicos- . Aullidos, que ostenta el privilegio de ser la primera en estrenarse y por eso una de las más influyentes, rompe con la tradición del hombre lobo solitario y nos ofrece un espectáculo de terror con trasfondo psicoanalítico; Lobos humanos, tras su envoltorio de investigación policíaca y thriller, esconde una crítica social y ecológica solemne; Un hombre lobo americano en Londres reconstruye la clásica película El hombre lobo (1941, George Waggner) en una nueva versión contemporánea; la de John Landis.


Aclarado, pues, el contexto, vamos con la película que nos ocupa.

Aunque está basada en la novela de Withley Strieber no es de extrañar que tras Lobos humanos se esconda una  fábula ecológica con gran carga de crítica social siendo un trabajo de Michael Wadleigh. Y es que aparte de haber dirigido el documental Woodstock (1970) sobre el afamado y homónimo festival musical que supuso el culmen del movimiento hippie, Wadleigh, es en la actualidad - completamente apartado de la industria cinematográfica-  un destacado activista ecológico.

Con un inicio demoledor en el que que intercala planos de la visión subjetiva del atacante y de las inminentes víctimas, junto con esa música inquietante a manos del compositor James Horner (en uno de sus primeros trabajos) unida al sonido de los carrillones de viento, Wadleight da a entender que se ha dedicado a esto del terror toda su vida, cuando, en realidad, supone tanto su primera incursión en el género como su debut (y obra final) cinematográfico.



Wadleight juega con la ambigüedad mezclando personajes estrafalarios como el detective Dewey (Albert Finney), el forense (Gregory Hines) o el zoólogo (Tom Noonan) , ácidos diálogos ("-¿Por qué te hiciste policía? - Porque me gusta matar-") y una supuesta trama terrorista internacional con la especulación urbanística,  haciéndonos creer, además, que algunos de los nativos indios son verdaderos licántropos. 

Todo esto queda envuelto en una atmósfera de terror y misterio que nos ofrece grandiosos momentos como el mencionado inicio o un final tremebundo en el que destacan las escenas de los espejos y la decapitación.




Para cuando nos enteramos del origen de los wolfen (lobos humanos), Wadleight ya ha cumplido su misión: ofrecernos, tras un envoltorio de entretenimiento, un mensaje ecológico, político y social cargado de connotaciones religiosas (espirituales).

Aún así, no queda del todo claro la naturaleza de estas entidades. ¿Son una especie de lobo ancestral? ¿Son proyecciones animistas provocadas por los indios?

Quizás la versión original del director nos hubiera explicado mejor este punto, pero esta jamás vio la luz; uno de los motivos, sin duda, de que Wadleight abandonase la industria cinematográfica.

Una verdadera lástima.

Germán Fernández Jambrina




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