Ochenters,
nos hemos percatado de en la serie de reseñas sobre las pelis de Star Trek, nos habíamos dejado por el
camino nada menos que En busca de Spock,
así que vamos con ella.
Por
entonces, Leonard Nimoy atravesaba por una etapa de desapego con el personaje
que le había encumbrado y le había convertido en un icono a nivel mundial. No
quería verse encasillado o siendo objeto de mofa en espacios de humor como el
ácido Spitting Image de la televisión
Británica. Estaba reciente la publicación de su primera autobiografía con el
revelador título de “No soy Spock”, en la que reivindicaba el resto de su
carrera artística y sus cualidades interpretativas más allá de las orejas de
goma de Star Trek, sobre todo en los años setenta tanto en cine, teatro o
televisión.
LEONARD
NIMOY EN LA SILLA DEL DIRECTOR
Mucho se ha escrito sobre ese desapego
de Nimoy por su personaje: que estaba harto de Star Trek y exigió por contrato que muriera su personaje en “La ira
de Khan”, que si no volvería jamás a ponerse las orejas de vulcaniano, que si
Paramount le ofreció la silla del director para que volviera… En su posteror y
definitivo libro de memorias “Yo soy Spock” , Nimoy lo niega todo, y ofrece su
propia versión: fue él mismo quien se propuso para dirigir la tercera entrega,
y los directivos de Paramount, entonces encabezados por Michael Eisner, el que
luego sería presidente de Disney, se mostraron encantados con la idea, y, una
vez más, Harve Bennet escribiría el guión, toda una garantía.
Su compañero y amigo Bill Shatner,
mucho más prosaico y desenfadado, reconoce en sus memorias ese desapego
temporal de Nimoy con su personaje, pero que Star Trek iba tan lanzada en los ochenta, que, si no hubiera
seguido Leonard Nimoy, los de Paramount hubieran puesto a otro diciendo “este
es ahora Spock”, así que había que continuar.
EL
ARGUMENTO
Tras
el argumento único de “Star Trek, la película” y su relativo fracaso, el resto
de los episodios iban a tener continuidad narrativa. Por tanto, para hablar de “En
busca de Spock”, hay que retrotraerse al capítulo anterior, “La ira de Khan”.
Recordemos: en el esfuerzo titánico por derrotar a su archienemigo por antonomasia,
el capitán Kirk compromete al Enterprise hasta el punto de su destrucción total
por sobrecarga en el reactor. Solo un miembro de la tripulación puede salvar a
todos los demás: Spock, por su naturaleza vulcaniana tiene más resistencia a la
radiación que los terrestres, “el bien común es más importante que el bien de
unos pocos… o el de uno solo”. Por ello, se ofrece para entrar en el reactor y salvar
la nave, pero queda atrapado en el interior y, en una de las escenas más
emotivas de la serie de películas, y, podríamos decir, de todo género de
ciencia ficción, se despide a través del cristal de su capitán con la frase “he
sido y seré siempre… su amigo”.
Sin
embargo, hay un detalle de esa memorable escena que pasa desapercibido, pero
que en las revisiones se detecta a la primera: poco antes de entrar en el
reactor, Spock le susurra al oído al Dr. McCoy “recuerda” y le toca levemente
el cuello con dos dedos.
Le
ha transmitido su katra, su
conciencia, antes de morir, ser expulsado y caer con su sarcófago en el recién nacido
planeta Génesis. Al principio de “En busca de Spock”, Sharek, su padre
vulvaniano, se presenta ante Kirk para exigirle que le entregue el katra para llevarlo a Vulcano. Esto
coincide con el extraño comportamiento que empieza a manifestar McCoy,
enloquecido, incoherente y repitiendo que esto o aquello “no es lógico”.
Conclusión: el Enterprise debe volver a Génesis para recuperar lo que quede de
Spock y poder reintegrar su katra.
Con
este MacGuffin (recurso que sirve de hilo conductor a la historia) y unos
inevitables klingons como malvados, Benett y Nimoy se pusieron manos a la obra
con el guión y el reparto.
LOS
PERSONAJES
No repetiremos de nuevo la lista de “los
siete magníficos” de la franquicia, aunque sí nos detendremos en alguno de los
nuevos personajes de la película. Todos estaban muy contentos con el trabajo de
Kristie Alley como la oficial vulcana, protegida de Spock, Saavik, en “La ira
de Khan” y en esta entrega tenía también un papel destacado.
Sin
embargo, por una negligencia de los abogados de Paramount, en su contrato para “La
ira de Khan” no se había incluido la rutinaria cláusula de compromiso ante
posibles continuaciones (algo habitual, sobre todo con actores noveles como era
el caso), así que la joven actriz era libre de negociar de nuevo para esta
película, y su agente se descolgó con una cantidad exorbitante que la situaba a
la altura de estrellas como DeForest Kelley que llevaba diecisiete años en la
franquicia.
Se intentó negociar una rebaja, pero ni
ella ni su agente cedieron, así que hubo que recurrir a otra joven actriz,
Robin Curtis, que desde el principio encajó en el papel, y dejó al director
Nimoy, al equipo y a los fans muy satisfechos.
Para
el malvado de turno se recurrió al siempre solvente Christopher Lloyd, que,
recordemos, por entonces no era todavía el famoso Doc de “Regreso al futuro”
sino tan solo una estrella televisiva por su papel en la serie “Taxi”.
Interpretaría al renegado comandante Kruge (un papel para el que también se
barajó a Edward James Olmos), y, pese a los kilos de maquillaje, hace un
trabajo impecable como el líder klingon que quiere robar el secreto del Génesis
para su raza.
Como curiosidad, otro de los klingon,
el lugarteniente Maltz, lo interpretó un por entonces desconocido John
Larroquette (Juzgado de Guardia, El
pelotón chiflado).
En
el bando de los héroes repetirían personajes de la anterior entrega, como el
amor de juventud del capitán Kirk, la belleza madura Bibi Besch, como la Dr.
Carol Marcus (por cierto, impresionante el parecido que se buscó para la reciente
“Star Trek, en la oscuridad” con la actriz Alice Eve), y el hijo de ambos,
David, interpretado por el joven Merritt Butrick.
Además,
por exigencia del director y como luego sucedería en “Misión: salvar la Tierra”,
cada personaje de la serie original, tendría un papel relevante en la historia
y momentos de lucimiento. Aunque sin duda, el “momentazo” de la película es
cuando Saavik da la noticia a Kirk de que su hijo ha muerto asesinado por el
renegado Klingon en la superficie del planeta Génesis. Nimoy dio libertad a su
amigo Shatner para plantear la escena, que, en principio, se iba a basar en el
derrumbamiento psicológico del personaje, sin embargo, al echarse para atrás,
el actor tropezó y cayó, pero se continuó rodando. La escena quedó tan redonda
que se positivó tal cual e impresiono tanto a los directivos de Paramount como
a los fans en los cines. Después de la escena, propia de un drama Shakesperiano,
Leonard Nimoy, medio en broma medio en serio, le dijo a su amigo: “Bill, ha sido impresionante,
deberías dedicarte a la dirección.”
DOS
INCIDENTES EN EL RODAJE
La escena final de la película iba a
ser un combate a puñetazos entre Kirk y Kruge en un planeta Génesis en
destrucción. Como el presupuesto aguantaba, se montó un impresionante set con
decorados móviles que tenían que simular enormes rocas inestables por las que
los protagonistas saltaban en su lucha. William Shatner cuenta en sus memorias
que, en los ensayos, las rocas estuvieron a la altura de la ambiciosa escena;
sin embargo, a la hora de rodar, “en vez de caer estruendosamente, rebotaban
flácidamente como enormes zurullos de fibra de vidrio”. La verdad es que en las
revisiones, la secuencia rezuma aroma a cartón piedra barato, no así el resto
de los efectos especiales, encargados de nuevo a la prestigiosa ILM de George
Lucas, que han resistido bastante bien el paso del tiempo.
El otro incidente, según cuenta también
Shatner, ocurrió el penúltimo día de rodaje cuando se declaró un incendio en el
plató que amenazaba no solo los decorados de Star Trek para el último día, sino otras producciones inminentes
como la propia serie T. J. Hooker, en
la que tenía que participar él mismo unos días después. Así que, ni corto ni
perezoso, el capitán Kirk, vestido con el uniforme de la flota estelar, se fue
a por una manguera y se unió a los operarios que combatían el fuego de tal
forma que “conseguimos aplacar las llamas y cuando llegaron los bomberos, la
batalla casi había terminado”.
El rodaje concluyó el 15 de octubre de
1983, y la película se estrenó el 1 de junio de 1984, con una buena acogida de
crítica y la nada despreciable cifra de recaudación de 76 millones de dólares.
Por
Víctor Sánchez González
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