Charles E. Reece, un maníaco asesino, se
introduce en dos apartamentos de California con una pistola automática y comete
seis asesinatos con un macabro ritual: corta los cuerpos de sus víctimas con un
cuchillo de cocina para, seguidamente, introducir los órganos en bolsas de
plástico y, más tarde, beber la sangre. (FILMAFFINITY)
Obra menor del gran William Friedkin (Contra el
imperio de la droga, El exorcista o Vivir y morir en los Ángeles) basada en la
novela homónima de William P. Wood quien a su vez se inspiró en el asesino en
serie Richard Chase para construir el personaje de Charles Reece. Tras lo que
parece comenzar como un psycho thriller al uso, con esos brutales crímenes y la
inquietante música de Ennio Morricone, se nos desvela un drama judicial en el
que sale a la palestra el tema de la locura como eximente de responsabilidad
penal y un debate explícito sobre la pena de muerte.
La película me resulta fallida porque no logra
empacar con firmeza ese viaje a la mente perturbada del asesino con el debate
moral acerca de la pena de muerte encarnado en el personaje de Michael Biehn. A
pesar de esto atesora momentos muy interesantes en cuanto al acercamiento al
asesino (pero que no llega al descenso a los infiernos que experimentamos en A
la caza) y la deliberada ambigüedad con que se plantea si debería o no ser
condenado a la pena capital, pero el conjunto queda deslucido por continuas
digresiones de jerigonza psiquiátrica y la relación entre la pareja destrozada
por la muerte de su hija (formada por Biehn y Debora Van Valkenburgh) que no
aporta gran cosa (como tampoco ayuda mucho ese fallo garrafal en el que se ve
el micro mientras el asesino habla con sus abogados).
GERMÁN
FERNÁNDEZ JAMBRINA
TRAILER
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